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Diputado Rodríguez

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Leonardo Guzmán
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Entre flores lilas de jacarandás, brotan pasacalles que llaman a acompañar como "Batllistas" a Sanguinetti, Tabaré Viera y Conrado Rodríguez el lunes en Casa de Galicia-18 de Julio.

En las últimas horas de noviembre —mes que tantas veces marcó el rumbo nacional— esa convocatoria nos trae ecos que traspasan las fronteras partidarias, ahora abiertas y porosas pero no indefinidas ni confusas.

Sanguinetti desde el gobierno reconstruyó la libertad, la convivencia y la economía. Viera, tras el derrumbe electoral del Partido Colorado, saltó al ruedo nacional avalado por su ejemplar ejercicio de la Intendencia de Rivera. Rodríguez encarna una renovación generacional responsable, sin tilinguerías, con autenticidad.

Polemizando con el BHU hace más de un cuarto de siglo, Daniel Rodríguez Larreta defendió su apellido como "castizo y común", pero para nosotros los batllistas es castizo pero no común.

Porque fue un diputado Rodríguez, de nombre Renán, quien pronunció en la Cámara de Representantes (que entonces nadie llamaba "el plenario") el discurso mayor con que se fundamentó la ley constitucional, plebiscitada el 16 de diciembre de 1951, que reemplazó la Presidencia de la República por la copresencia colegiada de los partidos mayoritarios, asombrando a una América erizada de dictaduras. Y aquella Constitución "de 1952", que apoyaron Washington y Enrique Beltrán, empeñados en la Reconstrucción Blanca, nació, rigió y cayó democráticamente: un galardón que no logró ninguna otra Constitución Nacional, pero que no fue su único mérito, puesto que consagró la autonomía departamental e instauró el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

El joven diputado Renán Rodríguez no solo defendió el articulado ante opositores de fuste. Desarrolló una doctrina fundada en principios de Derecho Público que sentíamos inseparables de la vida de la República (que entonces nadie llamaba "una sociedad"). En su histórico discurso, estableció la doctrina republicana que iba a regir su ejecutoria como Ministro de Instrucción Pública, como cofundador de la 99, como senador, como Director de El Día y como candidato a Vicepresidente junto a Jorge Batlle en la elección de 1971, en que enfrentaron el inconstitucional reeleccionismo pachequista que encaramó —sin arraigo, de tapadilla— la presidencia de Bordaberry y aparejó el golpe de Estado.

A Renán le dolió el alejamiento de Michelini: "no te unas con los comunistas porque nunca vas a hablar su lenguaje mejor que ellos". Lo laceró la dictadura, bajo la cual sostuvo su alma liberal en ruedas íntimas que iban a ser fraguas. Y lo reivindicó la democracia, al constituirlo en garantía cívica desde la Corte Electoral, cuya inspiración sentía en los huesos.

Si todo eso nos revive ante los pasacalles que anuncian al diputado Conrado Rodríguez no es solo porque sea nieto de Renán y porque sabemos de sus inquietudes doctrinarias.

Es porque en todos los órdenes —político, profesional, comercial y aun afectivo—, hacen falta, más que planes, hombres con conciencia institucional, con principios, defensores de convicciones, capaces de enfrentar yerros salvando a la persona, como enseñaba nuestro Julio C. Da Rosa, y capaces de asumir el sentimiento trágico de la vida, como inspiró el universal Miguel de Unamuno.

Porque de persona y tragedia trata el Uruguay de hoy.

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