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Día del perdón

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Con tantos temas acuciantes, ¿cómo ocuparse del Día del Perdón? A tres semanas de la primera vuelta electoral, con crimen organizado, ajustes de cuentas, marihuana legitimada, pastabaseros asaltando y el Derecho crujiendo, ¿para qué abandonar lo terrenal y volver la mirada a lo abstracto y celestial del fasto religioso de una minoría?

Con tantos temas acuciantes, ¿cómo ocuparse del Día del Perdón? A tres semanas de la primera vuelta electoral, con crimen organizado, ajustes de cuentas, marihuana legitimada, pastabaseros asaltando y el Derecho crujiendo, ¿para qué abandonar lo terrenal y volver la mirada a lo abstracto y celestial del fasto religioso de una minoría?

Preguntas como éstas podríamos repetirnos hasta lo infinito, y llamarnos a la batalla práctica, dejando toda meditación sobre el Yom Kipur de otros. Y sin embargo, no encontramos ningún tema más urgente en el Uruguay de hoy. No ya por ser el nuestro un país laico, construido sobre el respeto recíproco, donde estamos habituados a que las fiestas del judaísmo sean saludadas fraternalmente, como expresión de uno de los varios credos que conviven en nos. Por otras razones, mucho más profundas que la costumbre.

En un mundo armado hasta los dientes para enzarzarse en guerras de religión, desatadas por fanáticos en Asia y África pero que ya envuelven a Europa y EEUU —que para derribar gobiernos, armó hordas de desquiciados—, nosotros —módicos tres millones de humanos— debemos alzarnos sobre nuestros achaques y decadencias, y abrazarnos recordando que para un espíritu liberal a la uruguaya –de Rodó a Vaz Ferreira, de Benvenuto a Silva García y Ardao—, nunca puede ser del todo ajeno un sentimiento de conciencia, ya fuere ésta profesional, filosófica o religiosa. La indiferencia del “yo no tengo nada que ver” traiciona a nuestras tradiciones: es un injerto importado de visiones materialistas que atienden cualquier cosa menos la persona; y es un obstáculo para que el diálogo público ascienda al plano superior donde se aúnan los principios y los sueños.

Este Yom Kipur de 5775 llega tras un año aciago, donde el antisemitismo hizo pie en las siempre discutibles decisiones de un Estado empujado a la guerra, como es Israel, induciendo a olvidar todo lo que la humanidad debe al mensaje del Antiguo Testamento.

Merece gratitud el judaísmo como movimiento del espíritu, que no debe confundirse con las decisiones de un Estado que pugna por mantener su democracia y su libertad y que sigue en plena apertura a todas las religiones que conviven en su suelo, mientras los vecinos crían fundamentalistas y arman guerras de religión que son lacra y bochorno del siglo XXI.

Merece gratitud por ser fuente de los Diez Mandamientos, que, expandidos merced al cristianismo, constituyen la base y el entramado lógico de la moral de todos, incluyendo a la multitud que no practica ninguna religión.

Merece gratitud por todo lo que las voces del hebraísmo nos dan desde siglos pasados y tiempos recientes.

Un día el pueblo de Israel recorría el desierto egipcio, desorientado y desterrado hasta de sí mismo. La poesía bíblica dice que Moisés recibió de Jehová los Mandamientos y que así el pueblo israelita tuvo Ley desde la cual cumplir el universal destino de sufrir, pero ya con luz, sentido y esperanza.

¿Cómo no vamos a vivir como propia la jornada judía del arrepentimiento —Kol Nidre— si nosotros hoy, en el Uruguay, somos un pueblo con hambre de normas nítidas, sed de emerger del oscurantismo en que nos sumió la cruza de ignorancia con pereza y ansias de reconciliación?

¿O acaso nosotros no tenemos perdones que pedir y dar? ¿O acaso el corazón se nos hizo de piedra por leer y oír, en esta tierra de amnistías, que no debe haber “ni olvido ni perdón” y debemos resecarnos en el pasado?

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Leonardo Guzmán

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