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Este Día de los Difuntos

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Leonardo Guzmán
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"Día de los Difuntos" es el nombre con que tradujimos a nuestro calendario laico, las evocaciones religiosas que se eclipsaron cuando la Constitución de 1918 separó al Estado de la Iglesia católica.

Es fecha respetada. Su feriado no lo mueve ni siquiera la brutal ferocidad turística con que convertimos en lunes de pachanga la conmemoración de la Batalla de Las Piedras y el Descubrimiento de América. Hoy los velatorios se encogen y muchos entierros son exprés, pero el 2 de noviembre sigue inamovible para el coloquio íntimo con los muertos que llevamos dentro. Voces, imágenes y modelos nos retornan como humus de amor y son la contracara de esta época en que todo se disuelve en lo impersonal-social y en que nos vigilan hasta la sal: el Día de los Difuntos es jornada de combate por el valor de lo personalísimo.

Toparse con la muerte de un ser querido es enfrentar una situación límite. Cualquiera sea la religión o irreligión desde la cual transitemos, la muerte, mucho más que una certidumbre ineludible, es una experiencia donde choca lo efímero con lo permanente, lo transitorio con lo Absoluto.

Nos confirma por dentro la levedad de nuestro ser, que a ratos será insoportable —como señaló Milan Kundera— pero por eso mismo sustenta el llamado a llenar el minuto fugitivo con el servicio a valores permanentes en bien del prójimo —como enseñaron Schiller, Kipling, Frankl y tantos—, levantando el espíritu hacia inmensidades inescrutables, separándonos del determinismo biológico y elevándonos a gente.

Por eso el laico Día de los Difuntos debe servirnos no solo para que cada uno evoque a sus afectos inmediatos sino para que vibremos juntos con el recuerdo de quienes entregaron su vida por las causas públicas.

Por todos los muertos por el Uruguay, sin distinción de banderas o errores, pues, como escribió Batlle y Ordóñez al sellar la Paz de 1904, merecen respeto todos los caídos en el "no siempre claro camino del deber".

Eso sí: no es cosa de limitar la sensibilidad a los muertos en la dictadura que terminó hace un tercio de siglo. A este Día de los Difuntos 2018 debemos incorporarle la nómina de los innumerables ciudadanos de todas las edades que se fueron abruptamente porque el Estado incumple sus deberes de garantía. Es decir, por responsabilidades políticas con nombre y apellido.

Durante años, el gobierno pareció inexpugnable, anestesiado ante saqueos y desparpajos como Ancap-Sendic. Los tiempos cambiaron: ahora en todos los partidos resucitan las respuestas personales que testimonian que la conciencia sigue siendo la fuente mayor del Derecho.

Resurge la persona, por encima del sobado esquema "izquierda versus derecha". En cartas de lectores, en esquinas de Internet, en textos y videos, la irrepetible individualidad a cada rato lanza al mar botellas empujadas por la desesperación pero inspiradas por la esperanza.

Resurgen los ideales: se multiplican los jóvenes con pensamiento fuerte y propio y con interés por la cultura universal, que buscan en las Universidades no solo títulos sino estilos y destinos.

Resurge el civismo desde múltiples indignaciones, entre ellas el dolor por las vidas segadas por crímenes que no habrían existido si la policía no se hubiera desarticulado y si a la Constitución se le respetaran las normas y el alma.

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