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Devaluación del alma

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Tanto en esta columna como en los tiempos de El Día, en estas fechas uno nunca dejó de detenerse en las raíces espirituales de la semana feriada y de Turismo que armamos en el Uruguay laico a partir del calendario gregoriano.

Tanto en esta columna como en los tiempos de El Día, en estas fechas uno nunca dejó de detenerse en las raíces espirituales de la semana feriada y de Turismo que armamos en el Uruguay laico a partir del calendario gregoriano.

Es que no es lo mismo la laicidad del Estado y el respeto liberal por la fe y la no fe de cada prójimo, que el olvido perezoso de las parálisis y angustias a las que se nos enseñó a responder “Levántate y anda” y “Perdónalos Señor, no saben lo que hacen”. La voz que impartió esos mandatos habrá venido de Dios o de la historia, pero lo seguro es que ensanchó la medida del hombre y cambió la cuenta de los siglos. Para nosotros, pues, la laicidad no debe confundirse con indiferencia ni con silencio sobre los temas del espíritu que planean por encima de religiones y filosofías.

Pero tales temas no son tanto para encerrarse a debatir sobre el Cielo como para pensar y actuar en la Tierra que transitamos por unos pocos ratos. En la vida de los pueblos “hay cuestiones de orden público espiritual” repetía nuestro Carlos Benvenuto, con la mirada puesta en la calidad de la convivencia y las bases mismas del Derecho. ¡Vaya si tenía razón! ¡Si cuando creímos haber agotado la ristra de las transgresiones al orden público legal, todavía nos faltaban tomos enteros de atropello a la razón! ¡Si Discépolo se nos quedó corto!

Ante el escándalo de la falsedad de los títulos con que se nos encaramó Raúl Sendic -licenciado para Ancap, ingeniero para la Corte Electoral-, la ministra de Educación y Cultura salió a quitarle importancia al tema, como si ella no tuviera el deber de perseguir los fraudes en esa precisa materia a cargo de su Cartera.

A su vez la senadora Moreira, dialogando con Daniel Castro, proclamó que en la vida política todos deberían silenciar su título universitario, como si la mentira de su correligionario sobre sus identidades profesionales autorizara a amordazarles el grado universitario y el lugar que ocupa, bajo una Constitución republicana que obliga a distinguir a la gente solo por sus talentos y virtudes.

En otro orden, molesto porque las verdades de Ancap y Sendic levantaron indignación, el presidente Vázquez -según informó Búsqueda ayer- maneja la perspectiva de sacar a los pocos directores que le dio a la oposición, como si la Constitución lo convirtiera en dueño de los cargos en unos Entes que por algo se llaman Autónomos.

Exabruptos como esos no brotan aislados. Expresan coherentemente un descalabro ideológico, asentado en el desprecio por el Derecho. En cortejo, atentan contra el orden público espiritual, a partir de un pensamiento reflejado en “familias ideológicas” que desde hace largos años traspasaron el límite de la inmoralidad en Cuba y Venezuela y ayer llegaron a la desfachatez de investir Rousseff a Lula como ministro, para protegerlo de la cárcel, frustrándose la intentona merced a la dignidad de un Juez.

Con este cuadro, asistimos a la mayor devaluación de la moneda habida desde la crisis del 2002, que conjuraron en dos años el talento y la valentía de Jorge Batlle, Atchugarry y Alfie, ciudadanos que jamás reclamaron inmunidades ni se escracharon en crónica policial. El dólar sube en las vidrieras y sin embargo no se arman los toletoles del pasado.

Es que vivimos una devaluación mucho peor, que se nos patentiza a toda hora en el pizarrón siempre escolar de nuestra conciencia: la devaluación del alma de lo que fue un gran país.

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Leonardo Guzmán

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