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Derecho trizado

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Leonardo Guzmán
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Primavera. Y primavera electoral. Tiempo de siembra, ilusión y angustia por el destino de la República.

Las encuestadoras zarandean los nombres de los que son y los que quizás lleguen a ser candidatos. Anticipando mediciones muy sociológicas y muy científicas, pero nunca exentas del misterio milenario que envuelve a oráculos, pitonisas y gurúes. Y nunca dominadoras de la imprevisible libertad final que se acuna en los silencios de las conciencias.

Ante la acumulación de fracasos en temas cruciales, mucho más importantes que los nombres resulta conocer las ideas y los lineamientos políticos que hayan de inspirar al gobierno a iniciarse el 1º de marzo de 2020. Quienes no somos situacionistas y no queremos —ni creemos— que el Uruguay pueda soportar más de lo mismo, tenemos la obligación de esforzarnos por ver claro y cuidar el arma suprema de la democracia: el voto.

La respuesta que necesita el país no puede consistir en programas elaborados por acumulación de promesas sectoriales, en las cuales, los con- tinuistas proponen que el Estado intervenga y controle todavía más, mientras los opositores plantean disminuir las presiones fiscales y acabar con el entremetimiento del Gran Hermano.

Pero antes y más allá de los programas de reformas parciales, tenemos que encarar frontalmente las debilidades de base que se nos han hecho endémicas. Así como el país persigue a los fumadores de tabaco pero les palmea la espalda a los consumidores de marihuana, en los más diversos órdenes vemos surgir normas contradictorias y vemos desobe-decer reglas constitucionales hasta el límite del sarcasmo.

La falta de fuerza de las reglas morales y jurídicas nos ha llevado a un estado de anomia —ausencia de normas— que debilita a la persona, a las garantías y a la libertad. Como bien señaló el domingo el doctor Julio María Sanguinetti —más que expresidente, protagonista de esperanzas hasta para quienes no lo voten— cada uno cree que puede hacer lo que se le canta. Con lo cual todos terminamos descoyuntados, viviendo a contramano de nosotros mismos.

Ese modo de vivir laxo y desaprensivo no es una casualidad histórica ni una moda que va a pasar sola. Es una violación sustancial de los mandamientos básicos del sistema democrático-republicano. Ataca al Derecho. Y hay que combatirla.

En el Uruguay de hoy funcionan los órganos constitucionales, pero el Derecho no palpita espontáneamente como una inspiración unificadora.

Hay bolsones de gestión donde todavía se lo obedece, pero son múltiples los ámbitos en que el Derecho se eclipsa a ojos vistas. ¿O es lo mismo hablar cara a cara con un funcionario que mandar consultas por Internet? ¿O es lo mismo declarar ante un Juez que ante un Fiscal? ¿O es lo mismo aplicar el Código Penal que aguarlo en penas negociadas para que no colapse un sistema mal importado? ¿O hace bien a nuestra conciencia jurídica transitar a diario entre derrumbados por las drogas que duermen en la calle?

Por esencia, el Derecho es un sistema normativo armónico y lógico, abierto a detectar las singularidades relevantes y proveerles respuesta.

En cuanto a esa esencia, nuestra Derecho está hoy trizado.

Y lo malo es que, al romperse la unidad del Derecho, a todos se nos achica el horizonte.

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