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El Derecho en serio

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Fue un adefesio que la Institución Nacional de Derechos Humanos, órgano del Parlamento, le haya protestado a un Juez Letrado por la demora de seis años en resolver el destino de un niño disputado por sus padres.

Fue un adefesio que la Institución Nacional de Derechos Humanos, órgano del Parlamento, le haya protestado a un Juez Letrado por la demora de seis años en resolver el destino de un niño disputado por sus padres.

Puesto que los Poderes del Estado son independientes y se comunican por las cúspides, la Suprema Corte de Justicia tuvo razón en expresar su preocupación por la singular vía empleada. Merece apoyo.

Eso sí: lo absurdo del procedimiento no debe ocultarnos que es inadmisible la demora denunciada, una más en un mar de dilaciones y fantasmadas que, con pretextos de Derecho Procesal, traicionan la misión de esa noble rama -que es servir al Derecho sustancial.

Venimos de décadas en que al Derecho se lo reduce a regulador social, olvidando que nace y se cultiva en las conciencias. Se lo presenta como impredecible, olvidando cuánto progresó el rigor y la certeza de la ciencia jurídica desde Ihering y Gény a Alexy y Ferrajoli. Se le recorta el horizonte al llamar a los actores jurídicos "operadores del sistema", olvidando que no operan: luchan, en dura batalla por reconstruir el Derecho entero en cada respuesta particular.

De hecho, al lado de nobles Jueces, actuarios y funcionarios que se desviven en la definición conceptual, el rigor técnico y la atención en baranda, son demasiados los casos en que al Derecho se lo agrede copiando y pegando precedentes que no son tales y resolviendo sin refutar los argumentos esgrimidos contra la decisión. Por esas y otras vías se infieren daños irreparables, a los que nadie tiene derecho a ser indiferente: la Justicia no puede ser jamás un recinto inexpugnable al sentimiento y a la razón ni debe depender del Juez que nos toque en suerte.

Con este cuadro de fondo, es natural que la vida forense -con sus tiempos y sus resultados- resulte incomprendida por los usuarios, que presentan sus clamores como pueden.

Es que tanto se presentó al Derecho como un sistema regulador de intereses que muchos ignoran que está llamado a ser un modo de vida de las personas, que a su vez son mucho más que un manojo de intereses. Todos tenemos interés en dejarnos ir, aceptando sin esfuerzo lo que nos viene de afuera: la pereza es dulzona. Pero a todos nos espolea la angustia por lo superior: el deber es esperanzador. Por eso, los derechos no pueden tomarse en serio -como pedía Dworkin- si al afirmarlos no se toma en serio al Derecho como idea, como mandato y como acción. Es decir, como norma y actitud. Y en eso, ¡vaya si andamos flojos!

En cada civilización, hubo un primer hombre anónimo que se dio cuenta que hacía la misma operación cuando sumaba y restaba bananas o cocos que cuando contaba árboles, piedras o montañas. Ese benefactor creó la idea general y abstracta. Sin su aporte, no habría aritmética, lógica ni ciencia.

El mismo servicio rindieron los muchos pensadores de nombre ilustre que en el encuentro con el ajeno vivieron una revelación. Armaron filosofías y religiones. Y fundaron una revolución permanente, desde el mandamiento general y abstracto de amar al prójimo. Pues bien. El Derecho es la prolongación racional de ese yo-soy-tú, en lucha por resolver, con los valores más altos posibles, las desviaciones, los intríngulis y las miserias humanas.

Por eso, ni la grita crispada ni el intento de conciliar lobbies contrapuestos conseguirán nunca reconstruir nuestra cultura y nuestra seguridad, si no volvemos a tomar muy en serio al Derecho.

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Leonardo Guzmán

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