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¿A dónde va el Derecho?

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LEONARDO GUZMÁN
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Ayer la Suprema Corte de Justicia prorrogó la Feria Extraordinaria hasta el 30 de mayo con un principio de vuelta al trabajo y miras de normalización desde el lunes 31. Aleluia con “un filo di voce”, a cuenta de mayor cantidad…

Por mucho que en este tiempo hay sedes penales y de violencia doméstica con titulares atiborrados, la realidad es que el sistema ha estado paralizado. A fin de mes nuestra Justicia habrá totalizado 67 días casi inerte. Todas las cuentas sacadas, desde que el 13 de marzo de 2020 empezó la pandemia hasta el 31 de mayo en que se prevé que concluya esta Feria, el servicio habrá estado cerrado el 36% de los días.

Semejante resultado es impropio de un servicio esencial. Lesiona no solo la imagen del Poder Judicial. Lesiona la esencia de la Justicia: es decir, lo que ya no es un aspecto externo de autoridad y pulcritud sino una esencia vivida desde adentro. Lesiona la incondicionalidad de las normas de orden público, el encuentro con el prójimo, el “yo-soy-tú” que debe palpitar siempre en el Derecho.

Este deplorable precedente debe obligarnos a todos a buscar que en el futuro las seguridades sanitarias no priven a la República de uno de sus tres Poderes. Su vigencia integra el ideal democrático. Y no se piense en el ideal intelectual de los libros sino en el mandato para el ser de carne y hueso, de la persona, que la Constitución manda proteger mucho antes que se transforme en doliente por plazos consumados e irreversibles.

La persona, sí, que debe ser el destinatario principal de la gestión de los Jueces, los Fiscales y todos los agentes del Derecho. (Escribí “agentes” en el sentido profundo del “agere” latino, raíz de actuar y de agilidad, sin dejarme ir por la insulsa palabreja “operadores”, cuya moda preanunció la actual reducción del espacio para pensar y el también actual avance de las “aplicaciones” y el “corte y pegue” que enferman la vida del notario, el contador y el abogado y también de los Jueces, todos los cuales van quedando constreñidos por corsés formularios en vez de ser estimulados hacia la libertad creadora).

La experiencia sufrida impone garantizar que la Justicia funcione incluso si la pandemia no remite. Tras lo vivido y sufrido, la emergencia no puede ser nunca más una sorpresa ni imponer un parate de esta magnitud.

Antes de la pandemia, veníamos con el Derecho escorado. Fue tesis oficial someterlo a la política. Fue regla negarle recursos para pagar lo que la ley mandaba. La Justicia civil tenía atrasos endémicos. La Justicia penal se desfiguraba en los atropellos del nuevo proceso, que despojó al Poder Judicial de sus facultades constitucionales y convirtió a la Fiscalía General en amo y enterradero de las denuncias. Puesto que ahora se llega al dislate de defender que los Fiscales preparen a los testigos propios y llamen a declarar sin juez a los testigos de la defensa, mancillando a Vaz Ferreira y Couture, es tiempo de que los poderes públicos, que prestaron alegre unanimidad al Código hoy vigente, movilicen una reestructura total que rescate la tradición jurídica nacional.

No son solo los Juzgados los que hoy deben preocuparnos. Es el Derecho todo, que necesita -igual que las artes- autores, cultores críticos y ciudadanos sentidores que lo defiendan.

No nos recocinemos en un solo tema, distrayéndonos de lo demás.

La pandemia es tema focal y nodal.

Pero el resto no es silencio.

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