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Daniel Hugo Martins

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Activo y pensante al borde de los 89 años, murió Daniel Hugo. Hombre noble, fue catedrático y ministro. Radicado en Punta del Este, venía -diariamente cuando hacía falta- a repasar expedientes en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

Activo y pensante al borde de los 89 años, murió Daniel Hugo. Hombre noble, fue catedrático y ministro. Radicado en Punta del Este, venía -diariamente cuando hacía falta- a repasar expedientes en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

Supo ir a la vida pública a servir el interés general y enseguida regresar a las barandas, para defender los derechos de los particulares: militaba por los mismos principios y se mantenía siempre el mismo. Con grandeza en la misión y simpleza en el diario vivir, se constituyó en una personalidad sin tiempo.

Fue uno de nuestros sólidos administrativistas con vibración ciudadana, que no se dejaron seducir por la fragancia a asado que rodea al poder.

En diálogo con la doctrina más avanzada, construyó conceptos esclarecidos por el buen criterio y la vocación de libertad y razonabilidad. Su evolución ascendente se reflejó en las 400 páginas de su libro mayor, en que buscó reubicar el Derecho Administrativo “en la concepción integral del mundo del Derecho”.

Él blanco y uno batllista, nos ligaba una profunda amistad conceptual. Recuerdo la ardiente convicción con que sostuvimos juntos la inconstitucionalidad del Parlamen- to del Mercosur, que lúcidamente denunció el Dr. Lacalle Herrera.

Recuerdo con nitidez la llaneza con que lo escuché defender al Ejecutivo colegiado como fuente de despersonalización del poder y de objetividad en las resoluciones, contrapuesta a los unicatos que impulsan a preguntarse cómo amanece el humor -o el lenguaje- del presidente y dónde se puede apalabrar a algún amigo de sus amigos.

Fue portador de una tradición de estudiosos de la Administración -Carbajal Victorica, Sayagués Laso, Real- que identificaron al Estado con el Derecho y que, por instinto artiguista y acumulación doctrinaria, enclavaron su enseñanza en el alma de la Constitución a la medida de la persona.

Revalidó la huella de un Uruguay de hombres independientes, que fueron capaces de traer a Goldschmidt, Carnelutti y Kelsen por inquietud de maestros, sin preguntarse si había aquí una masa crítica de interesados suficientes o iban a recibir a los próceres apenas con un puñado de soñadores.

Pagó tributo por esa independencia. Cuando en 2011 Carlos Delpiazzo propuso que, junto a Mariano Brito, se declarase a Martins profesor emérito, el Consejo de la Facultad de Derecho de la Udelar votó en contra, con argumentos tales como haber actuado en universidades privadas y haber integrado un gobierno neoliberal. El Maestro tropezó en el Uruguay del achique mental.

Tan solo cinco años después, el espíritu crítico del Derecho renace fuerte, como angustia y como lucha. Ya mueve a una pléyade de jóvenes que se horrorizan por la laya de vida que nos han dado los desvaríos de quienes buscan rebajar la batalla jurídica a mera lucha de intereses o procuran encorsetar la legalidad en militancias fanáticas.

Los principios de Derecho, lejos de desgastarse como prejuicios añejos, asoman como herramientas imprescindi- bles para salir del marasmo cultural y laboral en que vinimos a parar.

Daniel Hugo partió, pues, envuelto en las luces de esa esperanza de aurora que él contribuyó a mantener viva. Desde ella, deberemos generar la nueva síntesis que la República precisa a gritos.

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Leonardo Guzmán

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