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¿Una crisis institucional?

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Leonardo Guzmán
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Al terminar la crisis vicepresidencial, el Presidente Vázquez dijo que las instituciones habían permanecido sólidas.

En eso tiene razón: no hubo enfrentamiento de poderes. La crisis no fue institucional sino de Sendic con la opinión pública.

También elogió el Dr. Váz-quez la "enorme valentía por parte del compañero" y afirmó que la renuncia fue "una demostración más de los apegos" (sic) "que los frenteamplistas tienen a principios de ética y respeto de los valores que fueron el objeto de la creación de nuestra fuerza política" lo cual "fortalece mucho esta posición que ha tenido el Frente Amplio permanentemente".

En eso no tiene razón. Sendic no se fue con la estatura y la fuerza —la valentía— de quien enfrenta la adversidad creada por su propio error, una experiencia que a todos nos impone alguna vez nuestra humana falibilidad. Renunció arrinconado, por haber prometido el lunes exhibir en el "Plenario" del sábado las pruebas de rectitud que no le aportó al Tribunal de Ética… y al final tampoco las tenía. Cayó por haber desafinado en dúo consigo mismo. Por haber mentido en reiteración real. Ninguna generosidad presidencial autoriza a disimular ese hecho, documentado en declaraciones vistas y oídas por el Uruguay entero.

Tampoco se justifica que el Presidente de la República le cante una apología al lema que pasó semanas con el fallo de sus rectores morales… guardado en caja de fierro.

Es comprensible el forcejeo dialéctico de un grupo o partido que intenta mostrar fortaleza tras una crisis. Pero para levantar corazones tras un descalabro, hace falta invocar valores nítidos. ¡Y eso es todo lo contrario de atribuirle "valentía" a la dimisión de quien se fue tarde y mal!

Menos aun se justifica que un señor Presidente singula- rice los valores éticos de "nues-tra fuerza política" como si los de afuera fuésemos de palo. Como mandatario de todos, su deber es custodiar y realzar los valores de orden público que la Constitución consagra pa- ra todos y reclama de todos, sin discriminar entre "nues-tros y ajenos", entre "hijos y entenados".

Todo esto muestra que felizmente no hubo crisis institucional por el ciudadano que se fue del poder, pero infelizmente los conceptos institucionales hoy gobernantes implican una crisis de la vida republicana.

Ejercer el poder por confrontación y divisionismo es un amargo camino hacia el desbarre exclusivista. Embanderar la función presidencial para buscar adhesiones a contramano de las evidencias, es una vía regia hacia el totalitarismo populista del siglo XXI, que, cuando no mata y encarcela, hipnotiza para corromper la deliberación pública colocando biombos y zanjas, en vez de unir a todos en el culto a valores permanentes.

Contra eso, sigue siendo un remedio sagrado la reflexión de conciencia promovida desde la libertad de informar y opinar. Si en este caso los hechos pudieron más que las mentiras, fue porque la prensa divulgó las conclusiones del fallo soterrado. Nos honramos, pues, con un Watergate propio.

Anotémoslo como timbre de honor en los vigorosos 99 años que ayer cumplió El País.

Y como homenaje a los muchos que, ejerciendo el periodismo desde tiendas muy diversas, sufrieron persecución, cárcel, destierro y aun muerte por causa de la prensa. Es decir, por defender la libertad.

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