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Tras el Covid vuelta al pago

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LEONARDO GUZMÁN
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Al haber restablecido en tiempo récord la autoridad moral del Estado, la República vive uno de los grandes momentos de su historia espiritual.

Con un Ministro del Interior sin pasado ni dogmas bloqueantes, ahora tenemos policía y sensibilidad pública. Con diálogo respetuoso y el gobierno sin descansar y dando la cara, ahora miramos con serenidad hacia las alturas del poder.

¿Cuánto vale saber que los principios se están vitalizando con el sacrificio diario de quienes deben custodiarlos? ¿Cuánto vale haber salido de la rigidez ideológica y el relativismo maloliente de los hermanados bajo el lema “como te digo una cosa te digo la otra”? No pasemos de largo, que esto sí da para festejar: haber reconstruido en pocas semanas nuestro tradicional modo dialogado de vivir, que los odios no pudieron sepultar.

Asumámoslo con orgullo, aun soportando la calamidad del Covid 19: cuando tiene fundamentos, el orgullo debe erguirse como una conciencia superior, por encima de la pobreza, la abundancia, la victoria, la derrota y aun las tragedias.

Tras la decadencia institucional que nos impusieron las mayorías regimentadas, estamos volviendo al pago, la casa interior de nosotros mismos. Nacimos al ideal de libertad mucho antes de lograr la independencia. Por abrazar valores humanos universales, la Banda Oriental lleva más de dos siglos afrontando toda suerte de dificultades y reponiéndose de los infortunios a fuerza de pensamiento y grandeza.

Sabiéndolo, tomemos a cargo nuestra cuota en el tsunami occidental del virus. Los grandes gobernantes de Europa -Merkel, Macron y todos- lo han sufrido en sangre y mascarillas propias. Tanto, que cuando el atleta del Brexit, Boris Johnson, salió del CTI -demacrado pero agradecido, lúcido y firme-, fue un Primer Ministro que pareció reencarnar la prestancia de los reyes medievales que iban personal y valientemente a la guerra, en vez de enzarzarse en entreveros, chismes de familia, cacería de elefantes o coimas.

Allá en el norte, donde está el gran poder económico del mundo -Trump incluido-, nadie tiene respuestas inmediatas para el coronavirus.

Es la gran oportunidad para que, obedeciendo a nuestra experiencia histórica, sigamos haciendo camino propio, que fue lo que siempre nos sacó de lo peor y muchas veces nos irguió como modelo en el mundo. Comparativamente, venimos mejor que muchos grandes. Logramos por responsabilidad personal el confinamiento que a los vecinos les cuestan toques de queda y prisión.

Persistamos y ampliemos. Recorramos la ruta nacional de escuchar. Atendamos no solo la ciencia de afuera. Oigamos a especialistas nuestros que, como el Dr. Miguel Asqueta, el Prof. Álvaro Galiana y otros, nos llaman a reflexionar sobre las defensas naturales para que lleguemos a convivir en paz con el malhadado virus. Atendamos las advertencias sobre los riesgos del encierro.

Escuchemos a todos. También a los comerciantes que con balances ya flacos hoy venden cero. También a los sufrientes por el Poder Judicial, cuya parálisis suena a denegación de justicia.

Siguiendo a Vaz Ferreira, no tomemos por contradictorio lo que debe ser complementario. No estamos ante un muro infranqueable que nos prohíba penar sino ante el deber de hacer creativa nuestra libertad y nuestra razonabilidad, que nos dio identidad cada vez que apostamos a la reflexión.

Si así lo hacemos, el virus no nos va a aguar la fiesta de haber recuperado la estatura moral de la República.

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