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Centenario con futuro

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Mañana se cumplirán 100 años de la jornada del 30 de Julio de 1916.

Mañana se cumplirán 100 años de la jornada del 30 de Julio de 1916.

Evocada en términos partidarios, es fácil usar la fecha para exaltar los ánimos recordando la derrota que sufrió José Batlle y Ordóñez, apenas 17 meses después de concluir su segundo mandato presidencial. Las urnas le frenaron su sueño de suprimir la Presidencia, instalar una Junta de nueve miembros y renovarlos de a uno por año. Ese proyecto capotó en una paradoja de su intención republicana: la oposición -léase el Partido Nacional- debía ganar cinco elecciones seguidas para que su mayoría llegase a reflejarse en la Junta. Naturalmente, la iniciativa reunió en su contra a todos los blancos más muchos colorados disidentes y católicos antibatllistas. Y Batlle perdió.

Pero si en vez de la batalla política, evocamos el centenario en términos institucionales, debemos unirnos por encima de todas las divisiones.

En aquella derrota electoral de Batlle y Ordóñez, que los batllistas nunca olvidamos ni empequeñecimos, el civismo confirmó una regla de oro: en este suelo nadie será jamás dueño de todo el poder, nadie se llevará el Estado para la casa. Decimos que esa regla en 1916 se confirmó, porque ya entonces nos venía de muy lejos. Nació en el espíritu nacional antes que la primera Constitución: la estableció Artigas, en la Oración de Abril y las Instrucciones del Año XIII.

La votación de 1916 fue un acto de altísima civilidad. Se produjo sólo 12 años después concluida la Guerra de 1904. Aquel fracaso gubernista pudo haber reavivado odios y haber devuelto al país al estado de guerra. Pero eran tiempos de maestros que sembraban virtudes ciudadanas y en poco más de una década se pudo generar una democracia sin revanchas y sin presos, edificada sobre personas con principios.

En la Constituyente, la alta inspiración de gubernistas y opositores fructificó en polémicas fuertes pero lúcidas. En las normas nos quedó un andamiaje admirable, para garantir al individuo y para construir la solidaridad. En la vida pública, nos quedó una conciencia institucional que fue garantía de nuestra libertad y que fue, sigue y seguirá siendo la medida con que fustigamos todo ataque a la esencia de la personalidad humana.

De aquel diálogo abierto entre los grandes de la época resultó un modo de vida que sigue resucitándonos después de nuestros cataclismos.

En el siglo transcurrido, nos ha pasado de todo. Construimos una democracia que llegó a ser ejemplar. Atacada desde las sombras, la vimos debilitarse y vivir a los bandazos. Sufrimos la quiebra de las instituciones. Desde las modas filosóficas y desde la industria del entertainment, importamos un relativismo decadente. Dejamos crecer como maleza la distracción ante las exigencias de los principios generales del Derecho y de la vida pública.

Los hombres de hace un siglo -convencidos, recios, francos y comprometidos- constituyen un modelo que buscaba el enfrentamiento de razones y no la elaboración de consensos de trastienda. La Constitución que redactaron afirmó la prioridad de la persona y encaminó al país hacia el diálogo socrático.

Repasar hoy su grandeza y su valentía es recuperar la certeza de que del actual marasmo el Uruguay va a salir con bien para todos. ¡Así sea!

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Leonardo Guzmán

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