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Ataque al Derecho

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LEONARDO GUZMÁN
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A la hora de cerrar esta columna, el escrutinio estadounidense sigue en veremos. Con 264 delegados a su favor, Biden está a solo seis escaños de la Casa Blanca, derrotando al forcejeo continuista de Trump.

En sus grandes principios la democracia norteamericana se erigió como modelo de libertad y garantías. En 1813, su liberalismo federal inspiró las Instrucciones de Artigas. En 1835, sus costumbres fueron admiradas por Tocqueville. Y desde hace unos 50 años, Estados Unidos se impuso como referencia, hasta el punto de armar doctrina jurídica enseñada por encima de las tradiciones latinas y de convertir sus leyes y prácticas en paradigmas impuestos por encima de izquierdas y derechas.

Pero cada vez que vemos cómo en EEUU funciona la elección indirecta del Presidente, cómo se integra el colegio electoral y cómo se pisotea toda representación proporcional, pasamos de la admiración al sentimiento de que en el Uruguay tuvimos, desde hace un siglo largo, conductores inspirados que nos dieron un andamiaje que debe enorgullecernos. Ese orgullo no debe llamarnos tanto al repaso histórico de nuestro ideario republicano como a restablecer nuestra pasión por cultivarlo. Cultivarlo, purificando su esencia. No copiando el último figurín de moda -que eso no es cultivar sino deformar y hasta traicionar.

La reserva comparativa a favor de nuestra República no disminuye un ápice el espanto que nos causa haber visto al Presidente de la mayor democracia del mundo proclamándose reelecto antes del escrutinio, aduciendo fraude apenas Biden asomó en la delantera, queriendo parar el recuento y anunciando recurrir a la Suprema Corte de Justicia sin aducir hechos concretos.

Donald Trump termina su mandato en la misma forma en que lo instauró: profiriendo groserías con escándalo público. Pero no es un asunto solo de su individualidad. Representa un estilo de populismo montado en la irracionalidad.

Que ese estilo haya entusiasmado por segunda vez a medio EEUU, documenta un extravío valorativo -se colocan resultados económicos por encima de la conciencia institucional- y una ignorancia de los valores en que se asientan el Derecho y los derechos.

El caso Trump se inscribe en una retahíla mundial de indecencias y atrocidades, como el manejo kirchnerista de la Justicia o los degüellos en Notre Dame de Niza, que minan la esencia común del Derecho, acumulando frustración en la empresa de sembrar espíritu y respeto a través de la formación personal y cívica. La imprenta, el libro, la prensa, la escuela pública, las Universidades abiertas y las tecnologías hacen mucho para sacarnos de la ignorancia. Pero el secular proyecto de mejorar la condición humana por la ampliación de la conciencia, la sabiduría y el buen criterio está hoy tan amenazado como cuando a Sócrates, por pensar por cuenta propia encaminándose hacia lo universal humano, se le mandó morir tragando cicuta.

Si en los EEUU hay un Presidente que hace befa de las bases mismas del Derecho, aquí despabilémonos y retomemos la misión filosófica y práctica de cimentar el Derecho en cada alma. Urge, si queremos mantener la sensatez en esta esquina de humus con mar donde erguimos nuestra identidad, recibimos esperanzas y abrazamos responsabilidades. A pesar de todo, asumámoslas.

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