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Leonardo Guzmán
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Contra la autoridad natural de "su presencia soberana", se alzaron los tupamaros y sus socios a fines de 1950 cuando se extraviaron en la insania de luchar a punta de secuestros, sangre y fuego para derribar gobiernos surgidos de elecciones inobjetadas.

En un año y nueve días, el Uruguay estará marcando su destino en las urnas.

¡Vaya si es poco tiempo! ¡374 jornadas! ¡Solo 8976 horas que vuelan!

¡Y vaya si para el Uruguay las urnas son sagradas!

Contra la puntualidad electoral, se alzaron los Actos Institucionales de la última dictadura.

Contra la existencia de los partidos políticos y las elecciones mismas, se alzó el anteproyecto constitucional que redactó Juan María Bordaberry, abortado por lúci- da decisión de las Fuerzas Armadas, las cuales en junio del año 1976 no aceptaron la "doctrina" de "elecciones nunca más" y destituyeron al autor de la escandalosa iniciativa.

Y aunque siguieron haciendo brutalidades de to- do tipo, mantuvieron a la Corte Electoral con la misión de custodiar la inviolabilidad del Registro Cívico Nacional a pesar de que los comicios estaban suspendidos sin plazo.

Como planteos de política práctica, esa clase de extravíos quedaron atrás. Hoy no tienen quienes los enarbolen. Pero en cambio, como doctrina hay —especialmente en la que se hace llamar "izquierda"— una ostensible tendencia a reconstruir la historia justificando la desobediencia a las urnas como una supuesta imposición histórica del Uruguay de los años 60 y de las múltiples dictaduras —de los Castro a Maduro— que esa tendencia admira o defiende.

En el Uruguay, las urnas se han mostrado mucho más vigorosas y duraderas que los movimientos y los gobernantes que se creyeron fuertes y eternos porque se apoyaban en fanatismos. Las urnas constituyen el atrio de laica sacralidad que funda nuestros principios republicanos desde la fuente nutri- cia de las Instrucciones del Año XIII.

Y las urnas vuelven a concitar la esperanza de todos, incluso de quienes incurrieron en el extravío de desobedecerlas, acallarlas o proyectar su supresión.

Pues bien. La convocatoria a las urnas para dentro de un año, una semana y dos días no es una cita más con el calendario. Es una cita con el destino.

La opción es un cruce de caminos.

Por un lado, el continuismo: una manera de gobernar el país derrochando dineros ajenos y con supina indiferencia ante fracasos estruendosos —en seguridad, educación y hasta en el tema de la marihuana— y un modo de designar por forcejeo candidatos carentes de mensaje y de arraigo popular.

Por otro lado, la recuperación de los métodos de gestión que le dieron lustre al Uruguay en el siglo XX y le imprimieron grandeza y eficacia a la respuesta nacional ante la terrible crisis del año 2002.

Junto a una forma abierta de vivir y luchar dentro y fuera de los partidos políticos, con el protagonismo de ciudadanos libres, sin anteojeras, sin tutor y sin aparatos ortopédicos.

En esa contraposición jugamos lo que vaya a ser la Nación.

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