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En apenas 168 horas

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Cada elección implica un balance, una mirada en torno y un proyecto. En el arcoíris ideológico, se puede palpitar con la izquierda, el centro o la derecha, pero el pacto republicano impone, a todos, que los análisis surjan de las conciencias y del debate público, que afina y potencia la reflexión individual. En el restregarse franco del pensamiento meditado opera la virtud ciudadana, principio motor de la República.

Cada elección implica un balance, una mirada en torno y un proyecto. En el arcoíris ideológico, se puede palpitar con la izquierda, el centro o la derecha, pero el pacto republicano impone, a todos, que los análisis surjan de las conciencias y del debate público, que afina y potencia la reflexión individual. En el restregarse franco del pensamiento meditado opera la virtud ciudadana, principio motor de la República.

Esto no les importa a quienes arrían votos como ganado y encaran las elecciones como pencas. Pero nuestro destino y el de nuestros seres queridos, depende de que dentro de 168 horas la mayoría defina ideales de convivencia libre, los ciudadanos entierren la cobardía de callarse y se termine la bajeza de descalificar soezmente al adversario, recuperando el hábito de discutir fuerte y con respeto.

Puesto que la reforma constitucional de 1996 estableció las elecciones municipales a sólo 85 días de instalado el Parlamento y 70 de inaugurada la Presidencia, no es legítimo votar por arrastre de la pulseada nacional, sino por lucidez sobre temas departamentales concretos.

En el caso de Montevideo -el más antiguo gobierno frenteamplista-, los temas son, por ejemplo: la suciedad, la inseguridad, la pérdida multimillonaria en el fracaso Garzón, la ruina que desplomó al Cilindro e hizo que Antel gestase de apuro un proyecto Arena ajeno a sus cometidos orgánicos, con un precio proclamado que -se va sabiendo- en los hechos va a duplicarse.

Por ser la capital, estos fracasos retumban en la bóveda de absurdos del gobierno nacional, que tiene en su misma clave ideológica a todos los entes de la enseñanza oficial, pero no logra ni paz ni resultados con los docentes; aplica a los conductores tolerancia cero para el vino y la cerveza, pero nos obliga a todos a soportar la sordidez de la tolerancia cien con la marihuana y la pasta base; le pide más plata a las empresas del Estado, a contramano de la coyuntura a que las llevó -Ancap, con déficit; OSE, dando explicaciones insípidas en vez de garantir la insipidez del agua- y con olvido de que el patrimonio industrial y comercial del Estado existe para vender servicios a precio razonable y no para esquilmar a los usuarios -ahora les llaman clientes- y juntar para financiar un Fondes o fabricar miseria subsidiando el ocio.

A todo lo cual se suma que, al enmaridarse la Intendencia con el gobierno nacional, ha dejado de ser independiente para “velar por la salud pública y la instrucción... proponiendo… los medios adecuados para su mejoramiento” -art. 275 de la Constitución- y defender los derechos individuales -arts. 19/29 y 35/15 de la Ley Orgánica Municipal-, conculcados a diario en robos, rapiñas y asesinatos.

Lapidario, esto exige cambio. No sólo desde la lógica común. También desde la dialéctica marxista, que precisamente manda extraer conclusiones teórico-prácticas desde lo concreto que, ante este cuadro, no autorizan a querer más de lo mismo.

Es hora, pues, de que los espectros de la militancia que otrora se entregó con esperanzas, ya no impidan responder con la debida antítesis a las tesis materiales que se esclerosaron por la soberbia de hacer votar heladeras y gobernar por piloto automático.

Con Garcé, Novick y Rachetti -tres candidatos intachables-, es hora de salir de la somnolencia de “Mi Casa” y blandir, ante cúpulas ferrugientas, el mandato artiguista del verdadero escudo de Montevideo: Con Libertad ni Ofendo ni Temo.

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Leonardo Guzmán

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