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90 años de la Ossodre

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LEONARDO GUZMÁN
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La Orquesta Sinfónica del Sodre cumplió 90 años. Los conmemoró ejecutando la Tercera Sinfonía de Beethoven, Heroica, la misma que resonó en su debut de 1931.

Hay que deplorar que haya omitido a Eduardo Fabini, cuyos poemas sinfónicos Campo y La Isla de los Ceibos son música del terruño con alma universal, enclavada en la mística que rodeó la iniciación en el ex teatro Urquiza, esquina de la hoy Sala Adela Reta.

Fabini enalteció artísticamente al primer Sodre hasta en la locución radial, para la cual buscó voces con registro de barítono, opuestas al color atenorado de los “speakers” de allende el Plata. Por ser nuestro sinfonista mayor y por haber cincelado los cimientos del Sodre, no debió olvidárselo.

La Ossodre hoy se anuncia como Orquesta Sinfónica Nacional y lo es, sin duda. Dirigida a lo largo de las décadas por nombres ilustres como Erich Kleiber, Howard Mitchell, Paul Paray, Aram Katchaturian y Heitor Villa-Lobos, visitada por solistas de fama mundial, con coro propio y cuerpo de baile estable, sucesivas generaciones convirtieron al nombre Sodre en una marca imborrable.

Tan es así que le cambiaron las competencias administrativas pero se hicieron piruetas para conservarle la sigla. Su “Servicio Oficial” empezó siendo de “Difusión Radio Eléctrica” y allá por los 60 se convirtió en de “Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos”. Después perdió la “televisión”. Más tarde se le sacó la radio. Y ahora Sodre es acrónimo de “Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos”. En síntesis: sucesivos gobiernos le rebanaron la televisión y la radio, pero forcejearon con la gramática para que el nombre apocopado sonara siempre el mismo.

La separación institucional tiene explicaciones que aquí no caben, pero no justifica que, después del desgajamiento, los conciertos hayan dejado de transmitirse por CX-6 y por Canal 5, lo cual limita su alcance y su enseñanza a las butacas vendidas, quitándole público a la Orquesta y privando a nuestro pueblo de la honda experiencia anímica que es conmoverse con música culta ejecutada con nobleza en vivo.

Al igual que todo esfuerzo por la música auténtica, nuestro Sodre es el fruto de una vocación unificadora del espíritu. Por tanto, si se entendió necesario separarle cometidos, no por ello resulta aceptable privar a nuestros oídos de entrecasa, del disfrute en vivo de arias de ópera y temas sinfónicos que surgieron por inspiración y sentimiento de grandes compositores que orquestaron y enaltecieron el tarareo popular.

Tengámoslo presente: por encima de la pátina de ingratitud que entierra nombres y apaga aplausos, se alza el valor inmortal de la música, la danza, la coreografía y la poesía. Su misión nace en profundidades del alma y va mucho más allá de la industria del entertainment. La tarea de un Verdi o un Dvorak es formarnos como personas, enseñándonos a sentir y a decir lo que sentimos.

El Uruguay no tiene solo problemas económicos sino espirituales. Encararlos exige meditación alta, filosofía, artes plásticas, danza. poesía y música.

Si las reverberaciones de la música culta -siempre con base popular, siempre con ambición espiritual- no estremecen a la conciencia ciudadana, en nuestro país seguirán empobreciéndose los sentimientos, sin los cuales aborta nuestra cultura y el civismo se nos vacía por dentro.

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