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Abuela y Actuarios

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Éramos pocos y parió la abuela! Al Uruguay, que hoy recorta los despilfarros de Mujica y repliega sus groserías, le cayó Amodio Pérez como peludo de regalo. No sabemos si reapareció por estrategia de alguien o por imposición de una conciencia en escombros que busca reivindicarse o flagelarse.

Éramos pocos y parió la abuela! Al Uruguay, que hoy recorta los despilfarros de Mujica y repliega sus groserías, le cayó Amodio Pérez como peludo de regalo. No sabemos si reapareció por estrategia de alguien o por imposición de una conciencia en escombros que busca reivindicarse o flagelarse.

Saltaron a primera plana las identidades falsas que le proveyó la dictadura y lo que hizo para lograrlas y huir. Nos volvió aquella pantalla en blanco y negro -octubre de 1972- donde vimos cómo Jorge Batlle salió a denunciar que un connubio militar-tupamaro iba a derribar las instituciones, señalando sin tapujos a Amodio Pérez como arquetipo de la indeseable entente. Esa valentía helénica le costó a Batlle que la Justicia Militar lo encarcelase por “atentado a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas”. Liberado a fines de noviembre, en febrero de 1973 los tanques en las calles y los Comunicados 4 y 7 confirmaron que el preso había anticipado una amarga verdad.

Pero no quedemos en los recuerdos. Elevémoslos a conceptos. Estremece cierta clase de hombres, actitudes y almas que nos dejó la guerra interna que cerramos sin amnistía. Espantan sus forcejeos con la historia personal y nacional. Horroriza el lenguaje y el plano a que descendió la República al sustituir la lucidez de las polémicas y el rigor del Derecho por secuestros, balas, delaciones y torturas. Recordemos, claro que sí, pero sólo para abonar el humus de una nueva conciencia normativa de la libertad sin odios.

Para ello, por encima de los miasmas, cloacas y tragedias que algunos se empeñan en mantener vigentes, apreciemos los modelos que nos reviven esperanzas.

No sólo hay desgracias, como las golpizas miserables en el Sirpa, de las que nadie se hace políticamente responsable. ¡Además, hay adolescentes que regresan al Uruguay con medallas en Olimpíadas de Química y merecen estímulo y homenaje! No sólo hay delitos viejos y nuevos. ¡También hay servidores que luchan sin pausa por el Derecho!

Aunque no haga noticia, esos miles de anónimos son la infraestructura espiritual que aun tenemos. Ejemplo sobre la marcha: se jubiló el Esc. César Menoni, una vida como actuario judicial. Se fue por límite de edad, una rutina sin crónica. Pero reencarnó la mejor tradición del oficio, la de Marquizo, Pou, Galmés, Petraglia, por nombrar a algunos entre muchos más que ya partieron. Se fue del cargo, educando en el rigor y el detalle, enseñando que toda oficina jurídica exige sensibilidad de concertista en una cadena continua de lealtades. Y eso que hace el actuario desborda los Códigos, pues su misión ejecuta el mandato humano de servir a la verdad.

Actuario tiene su origen latino en “agere”, que da el “agire” italiano y el “agir” francés y portugués -más contundentes que nuestros derivados “actuar” y “agenda”. Como un boy scout -“siempre listo”-, el actuario custodia la frontera entre el bien y el mal, al lado del Juez. Pero mientras éste asume la tarea sobrehumana de juzgar, el actuario cumple la estoica faena de controlar, custodiar, vigilar e impulsar hacia adelante, incluso limitando yerros o desbordes del Juez.

Por eso, en este Uruguay de los goznes flojos, el actuario judicial sigue siendo reserva y modelo, pues ¡qué país tendríamos si cada ciudadano tomare su ejemplo, haciéndose actuario de sí mismo y de la vida pública, en vez de uncirse calladito a lo políticamente rendidor y al no-te-metás!

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Leonardo Guzmán

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