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Leonardo Guzmán
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El 21 de diciembre, en una reunión del INIA de Tacuarembó, el Ing. Agr. Tabaré Aguerre dijo ante los circunstantes que ya había presentado su renuncia al cargo de Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca.

Quiere decir que el Presidente no solo tuvo pendiente desde el 27 de noviembre la fijación de audiencia para las gremiales rurales sino que, además, desde el 21 de diciembre las tuvo esperando sin Ministro vigente. Todavía firmando, pero yéndose, ya sin planes de futuro ni musa ni estro.

Así pasaron los 25 días que corrieron hasta que el doctor Vázquez aceptó la dimisión y nombró al reemplazante, el pasado lunes. En esas semanas tuvo tiempo para ir a una boda y a la salida hablar en un local partidario y augurarle victoria al Frente, violando la Constitución. Para atender la audiencia, no.

Como trato para un sector básico, lamentable. Pero como expresión de conciencia institucional, peor todavía. En todos los temas sensibles, gobernar exige reflejos y no inacción, requiere asunción y no postergaciones, necesita Ministro estable y no saliente.

En la atmósfera distraída del verano, esta suma de desatención presidencial con semi-vacancia ministerial habría pasado inadvertida si no fuera que la movilización de los productores fue aprovechada por el lema gobernante para contraponer ciudad y campo, atribuir intención política al movimiento y hacer cualquier cosa menos analizar conceptualmente la razón o sinrazón de los reclamos.

Lo cual se aparta abiertamente de la regla fundamental de toda República, que es gobernar con todos y para todos, sembrando paz desde el diálogo sin ver jamás en el discrepante a un enemigo.

Inscriptos estos hechos en una larga ristra de demasías, pueden resbalar en la consideración pública, pero eso mismo es un síntoma más, y mayor, de la actual laxitud. Nos muestra un acostumbramiento inaceptable al ejercicio del poder público sin frenos, el mismo que se aplicó para violar las sentencias favorables a los trabajadores judiciales, el mismo que lleva a alzarse de hombros ante todo lo que nos duele, no ya como opositores sino como personas.

El andamiaje formal de la República está, felizmente, en pie, pero la vida actual de las instituciones no está, infelizmente, para congratularnos.

Todos sabemos, palpamos y cuantificamos cuánto han venido fallando los resultados en temas esenciales como seguridad, educación, salud y endeudamiento externo. Pero no todos reparan en el deterioro cualitativo que produce la incapacidad del gobierno para dialogar de igual a igual con los ciudadanos y la adaptación del uruguayo arisco a que se lo atropelle por decadencia cultural.

En ese deterioro pesan las teorías que, mostrando a la persona solo como centro de intereses, le niegan toda aptitud para abrazar ideales y que, preconizando la guerra de clases, fabrican conflictos allí donde la solidaridad —la comunidad de intereses— más que un sueño, es un hecho. Esas teorías no buscan articular soluciones a través del pensamiento filosófico y político ni mediante la asunción de responsabilidades. Creen más en el pugilato que en la construcción leal de soluciones nuevas.

Es con este cuadro que ha de partir el gobierno que vendrá. Soportará los temas que no se resolvieron en los pasados lustros de vacas gordas.

Y estará mucho más abajo aún, por el lastre de un Estado de Derecho cuya alma se entregará desvencijada.

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