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Rodolfo Sienra Roosen

El domingo hablábamos de la importancia del Frente Amplio como movimiento social y de ahí, su proyección a lo político. Desde su nacimiento hasta las últimas elecciones, en que a pesar de su éxito perdió votos, no paraba de crecer. Pero en dimensión social, su fuerza ha sido arrolladora, quebrando al país en dos. Es una corriente que a pesar de su heterogeneidad y, de las contradicciones ideológicas y filosóficas de sus componentes, irrumpió para marcar presencia con el objetivo de imponer un modelo diferente desde la conducción del Estado, haciendo sentir el peso de su gente. No confronta pobres con ricos, pero su dinámica es -o fue- maniquea. Los malos son los que estaban y los buenos son ellos.

Tiene perfiles burocráticos como los regímenes propios del socialismo real, que bajo la apariencia de una igualdad que no podía sostenerse entre los hombres porque éstos son naturalmente desiguales, terminó privilegiando únicamente al dirigente, poniendo al Estado al servicio del partido y alterando así el orden natural de la relación. En su integración hoy predominan sectores políticamente autoritarios, nostálgicos de experiencias fracasadas. Lo denuncia la severa regimentación de su militancia, en general.

Están infiltrados en todos los órdenes de la actividad nacional, tienen la suma del poder. Ese poder que les dio la compra de votos con dineros públicos. Hicieron lo que quisieron con desprecio a las formas y a las normas. La ingenuidad o la inconsciencia del resto de la sociedad les entregó la educación para que lavaran conciencias a voluntad. Los jerarcas del gobierno organizan sus secretarías con el personal más adiestrado que les indican los servicios de inteligencia que tienen en todas las reparticiones estatales.

Cuentan con la colaboración sin límite de las cúpulas sindicales y de hecho, ganan espacio en las empresas a costa del derecho de propiedad. Hacen sentir su peso en la Justicia y saben qué funcionarios y magistrados son más sensibles a ello, gravitan en la cultura, en el deporte, en todo.

Y son esencialmente participativos. Es esa la condición que permite sostener que estamos viviendo un proceso de "argentinización" o "peronización" como explican Faig y Maggi, citados en nuestra nota anterior.

Desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930, hasta el advenimiento de Perón, los gobiernos militares de tipo liberal que se sucedieron, debilitaron las instituciones argentinas y los problemas sociales se agudizaron. Ello creó las condiciones para que, si bien electo popularmente, tomara el gobierno un militar que impuso un régimen populista y autoritario y que se rodeó de incondicionales y obsecuentes, mientras mucha gente de condiciones valiosas comenzó a mirar la política como un quehacer despreciable, y se apartó de ella. Entregaron así al país -generando una especie de sentimiento de ajenidad por su suerte- a cualquiera.

Cuidado al contagio. Quedan dirigentes como para impedirlo. Sepamos ubicarlos y ayudarlos.

La demostración de voluntad de cambio, tiene que empezar asumiendo que en los cargos de administración que correspondan a la minoría, no cabe más el reparto de premios consuelo. No va a ser fácil encontrar candidatos idóneos para estar mal pagos y expuestos al enchastre. Pero aún queda gente dispuesta a jugarse por el país.

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