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Las reglas del juego

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alejandro lafluf
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Para Wittgenstein -considerado por muchos como el “último filósofo”- existen dos ámbitos diferenciados: la realidad fáctica (el Mundo) y la realidad humana (la Vida).

Cuando se trata del Mundo, nuestro lenguaje necesita corresponderse con la realidad fáctica. Cuando se trata de la Vida, nuestro lenguaje se comporta como un juego cuyas reglas se corresponden con nuestros usos y sentidos compartidos. El Mundo necesita teorías que lo describan, una forma de Vida necesita reglas que la constituyan.

La Vida no es una teoría sino una actividad, una praxis. La Vida siempre es con otros y por tanto se trata de una práctica intersubjetiva (praxis colectiva). Nuestra vida en común no necesita significados verdaderos sino reglas comunes; no necesita sentidos y valores absolutos sino sentidos y valores compartidos. Por su naturaleza social (y pública) los juegos que jugamos nos involucran a todos.

En cualquier momento podemos vernos implicados en un juego con otros (cultura, educación, seguridad, deporte, agro, cine, etc). Si los juegos definen nuestra forma de vida y nos involucran (potencialmente) a todos, entonces sus reglas, que son de todos y para todos, deben ser elaboradas por todos. La noción de juego es valiosa porque conduce, necesariamente, a la Democracia. Construir buenas reglas es un desafío, pero un desafío que debemos asumir en Democracia porque se trata de algo que nos comprende y compromete a todos.

La izquierda, en ese juego que llamamos política, comete dos errores fundamentales. Malinterpreta la libertad y termina en el “todo vale” o malinterpreta la igualdad y termina en el “todo es poder”. O no nos deja jugar o nos obliga a jugar de determinada manera.

Las reglas deben construirse acorde con la finalidad del juego. Voy a poner un ejemplo simple: cuando vamos al cine estamos jugando a ver la película. La regla que establece que todos deben guardar silencio no coarta la libertad de nadie, al contrario, se trata de una buena regla porque estamos tratando de ver la película (finalidad).

Pensemos ahora en los distintos juegos que jugamos (educación, empresas públicas, seguridad, vivienda, empleo, etc) y veremos de inmediato la relación inescindible que guardan las reglas con la finalidad de cada juego. El problema de la izquierda es que asume que todo es Poder. Piensa que todos los juegos involucran relaciones de poder y por tanto implican siempre una víctima y un victimario.

Esta manera de pensar lleva a la izquierda a aplicar la misma regla a todos los juegos -una regla hecha de controles, prohibiciones y sanciones, elaborada siempre a partir de la misma sospecha. Una regla que no se interesa por todos, sino exclusivamente por los que ha calificado (ideológicamente) como víctimas, aplastando a los que de antemano ha calificado (también ideológicamente) como victimarios.

Lo más devastador, sin embargo, es que se trata de una regla que desatiende la finalidad de los innumerables juegos que jugamos, regulándolos a todos del mismo modo. La izquierda oscila permanentemente entre el “todo vale” y el “todo es poder”. En el primer caso nos desampara, en el segundo nos obliga a vivir de determinada manera.

Todos nos erguimos bajo el Sol -dice K. Gibran- pero algunos lo hacen de espaldas a él. Qué es el Sol para ellos, sino un creador de sombras. La ideología del Poder se coloca de espaldas a lo humano y solo ve sus sombras. Para la ideología del Poder los juegos que jugamos son manifestaciones de un solo juego (el gran juego del poder) y todas las relaciones humanas (hombre-mujer, padres-hijos, médico-paciente, empresario-trabajador, profesor-alumno, etc) son meras expresiones de una sola relación (la relación de poder).

La Ideología del Poder desconoce la naturaleza y finalidad de los distintos juegos que jugamos. La medicina existe para curar las enfermedades, los hospitales no están ahí para que los médicos ejerzan su poder sobre los pacientes; la empresa tiene que ver con producir y organizar el trabajo, no existe para que los empresarios ejerzan su poder sobre los trabajadores; la educación tiene que ver con educar a una sociedad, la escuela no existe para que los maestros ejerzan su poder sobre los alumnos, etc.

Las reglas deben construirse considerando la finalidad de cada juego, luego, esas reglas sujetan al Poder obligándole a funcionar dentro de sus límites. Si las reglas desconocen la complejidad y desatienden la finalidad de los distintos juegos, además de ineficaces, se tornan profundamente injustas y lejos de posibilitar, potenciar y expandir los juegos, los condicionan, los limitan y en muchos casos los anulan -tal como casi ocurre en nuestro país con el Voluntariado, al que se lo acusó de encubrir relaciones de poder y se lo quiso regular desconociendo su naturaleza y finalidad. El Voluntariado se salvó únicamente gracias a la protesta de muchos jóvenes que salieron a defender su condición de voluntarios y al arrebato de claridad de algunos legisladores que se dieron cuenta que la Ideología del Poder estaba matando lo que intentaba proteger.

La izquierda puede aprobar todas las normas que quiera pero no puede pedir normas que desnaturalicen el juego y desvirtúen su finalidad, ni reglas que lo destruyan. Y si lo hace, no puede pedir luego que el juego siga mostrando la misma vitalidad y dinamismo.

La Política es un juego. Wittgenstein tiene razón. La finalidad del juego político son los “problemas comunes” y sus reglas son los “valores compartidos”. El Frente Amplio perderá la próxima elección por no haber resuelto los primeros y haber disuelto los segundos.

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