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La vida en el celular

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Hugo Burel
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Acabo de mirar en Netflix la serie "You", basada en la novela de Caroline Kepnes.

Desarrollada en 10 capítulos, "You" se centra en una historia aparentemente romántica entre el gerente de una librería neoyorquina y una clienta que es poeta y de la cual se enamora. Digo "aparentemente" porque esa condición romántica esconde otras, mucho más inquietantes.

Lo que me interesa destacar de la serie es el decisivo papel que en su trama cumplen las redes y un celular perdido por la protagonista. El smartphone de Guinevere (así se llama la poeta), se convierte por azar del argumento en un factor de dominación y asedio que determina que la vida de alguien quede expuesta a niveles extremos, al punto que sus mensajes se integran a las imágenes que vemos y forman parte de la trama visual.

El recurso es claro: el celular y sus contenidos se incorpora a la vida de una manera que resulta imposible excluirlo de lo que sucede y la serie lo documenta,

Las reflexiones que inspira la historia son muchas y pese a un guión que a veces hace concesiones a lo inverosímil, la sustancia que rescato de "You" es la pérdida total de la privacidad y la intimidad que la tecnología celular y la tentación de las redes ocasiona en las personas desprevenidas. La premisa de su argumento es que todo puede verse, escribirse, decirse, grabarse y quedar registrado sobre cualquier persona porque toda una vida cabe en un teléfono.

Obviamente, y enlazando ficción con realidad, la reciente peripecia de un mediático relator deportivo con escabrosos contenidos íntimos de su celular dicta el inevitable corolario: cuidado con lo que registras en el ámbito privado porque si alguien lo sube se hará público en forma masiva.

Decir que toda una vida está contenida en un celular no es una expresión metafórica: nombres, teléfonos y direcciones de nuestros seres queridos, parientes y amigos con sus fotografías, imágenes, sonidos, filmaciones cotidianas, datos bancarios, frases baladíes o insultos soeces, los viajes en Uber o los pagos que se efectúan día a día por transferencia bancaria, memes y mensajes muuuy personales, en fin… todo.

Cada vez más y en función de una tecnología sofisticada y diversa, tu vida es tu celular. Y cuando este se pierde, cae en manos inescrupulosas o es hackeado, quedamos expuestos y, ya se sabe, desnudos.

La maravilla que hoy representa un smartphone no se discute y bien utilizado es un artefacto insustituible para la vida diaria, incluida su función de entretenimiento. En lo personal reconozco que como autor he escrito dos ficciones que se han vehiculizado a través de soportes digitales accesibles en el celular y he comprobado con asombro el grado de difusión que han tenido. En ambos casos siento que no he traicionado mis convicciones como creador y he descubierto un mundo desconocido hasta entonces para mí.

Pero ello no impide que reflexione sobre el nivel exponencial de contenidos que están disponibles para ser bajados a un celular, la mayoría de ellos en forma gratuita. Útiles o perniciosos, necesarios o prescindibles, inteligentes o tontos, inocuos o francamente peligrosos: todo depende de nuestros criterios de selección.

La trampa que encierra toda esa disponibilidad es la tentación del acceso. Pensamos que si podemos fotografiarnos o filmarnos con el teléfono u opinar sobre lo que se nos ocurra y difundirlo en las redes, somos más libres o disfrutamos más. Lo que en realidad somos es cada vez más dependientes de un aparatito.

Hay una nueva aplicación del celular que calcula a lo largo del día la cantidad de tiempo que el usuario está ante la pantalla de su móvil. El recurso ofrece datos asombrosos. Según un estudio realizado por Apple, todos sus usuarios desbloquean sus iPhone aproximadamente 80 veces al día, lo que se traduce en estar unas cinco horas "pegados" a la pantalla: una vez cada doce minutos.

Pero, lo perverso de este dato, es que el conocimiento de ese tiempo insensato que se dedica a mirar la pantalla, no solo no puede ser recuperado sino que dista mucho de acortarse. Saber cuánta vida gastamos ante un celular no disminuye la propensión a gastar todavía más.

Todo lo anterior se potencia y enrarece cuando a través del celular y mediante las redes, nos exponemos al manejo político y social que las nuevas tecnologías de penetración de las conciencias han desarrollado. Esas tecnologías permiten, por ejemplo, llegar a los votantes con nombre y apellido, difundir las perniciosas "fake news", calumniar, mentir y apañar elecciones con un aluvión de mensajes gestionados o generados desde servidores que están muy lejos y son ajenos al país en donde se vota.

Un caso ejemplar al respecto es lo que sucedió en las elecciones norteamericanas en las que Donald Trump fue electo y sobre las que se denunció la intervención de Rusia a través de interesados hackers.

En mi columna anterior hice referencia al "Gran Hermano" de la novela 1984 de George Orwell, esa presencia que todo lo ve y todo lo controla. Hoy, ese recurso de dominación se ha fragmentado en miles de millones de ventanitas portátiles a través de las cuales nuestra vida queda expuesta y disponible. Lo peor es que sin esa adicción y esa pertenencia, creemos que nos marginamos, que no participamos, que estamos al borde de la inexistencia. Pero la verdad es que podemos ser vigilados y manipulados porque hemos entregado nuestra vida al celular, el nuevo amo que nos convierte en la única especie totalmente interconectada de manera artificial.

Buscando datos para esta columna encontré esta frase anónima: "Los Smartphones son como los cerebros, sus usuarios solo utilizan el 10% de su capacidad". Un resumen perfecto de lo que hoy padecemos.

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