Una verdad dicha antes de tiempo es igual que una mentira. Sin embargo, el progreso se basa en hallazgos de los Galileos o los Copérnicos o los Artigas, quienes se adelantaron a la comprensión de sus contemporáneos.
Una verdad dicha antes de tiempo es igual que una mentira. Sin embargo, el progreso se basa en hallazgos de los Galileos o los Copérnicos o los Artigas, quienes se adelantaron a la comprensión de sus contemporáneos.
También en nuestra pequeña peripecia cotidiana vivimos desajustes entre la urgencia de los tiempos y las aspiraciones o creencias equivocadas que retardan la mejor gestión de los nuevos tiempos. Nuestros reveses son calcados de los de tan- tas otras veces en pasados cercanos.
Las economías que dependen de sus exportaciones de alimentos están expuestas a una elevada volatilidad determinada por demandas relativamente estables y ofertas sujetas a una fuerte variabilidad entre años. No obstante, los países más avanzados económica y socialmente han alcanzado su desarrollo basados en sus fortalezas en la producción de alimentos de clima templado y a partir de esa base, han sido capaces de diversificar y complejizar su economía. Fueron capaces de moderar la volatilidad e innovar en nuevas solucio-nes a través de las cuales se transformaron en los más prósperos y a la vez, en modelos de cohesión social.
Ni los precios de la década pasada ni las causas que los explicaban terminaron siendo sucesos permanentes. Cayó fuertemente el precio de los granos y los lácteos y pestañean la celulosa y la carne. El debilitamiento de nuestra competitividad y nuestra deficiente estrategia comercial acorralaron las posibilidades. Miles de pequeñas empresas y de empleos quedarán por el camino.
Tampoco se podía confiar en que eternamente EEUU tendría necesidad de una tasa de interés igual a cero ni que China crecería al 11% ni que fuera posible atrasar el tipo de cambio como lo hicimos. La ausencia de previsiones y el despilfarro derivaron en profundos errores de estrategia, guiados por el derroche.
La desaceleración del crecimiento mundial y el debilitamiento de los precios de las materias primas hay que tomarlos como un cambio de ciclo que durará unos años. El país será más pobre y el mundo nos reconocerá menor valor por nuestro trabajo. Seremos más parecidos a los 90 que al 2012. El dilema sigue siendo la productividad y su reparto. Cerca de la mitad -depende de cómo se lo considere- de la población trabajadora tiene productividad muy baja, consecuentemente, bajos salarios y precariedad laboral. Las calificaciones son un incentivo para la inversión, para el mejoramiento de las remuneraciones y de la calidad del empleo. Buena parte de los pobres que ingresaron a la clase media y que no son amparados por sindicatos y corporaciones podrán volver a caer en la pobreza.
Las recetas son las de siempre. Competitividad, infraestructura, educación, seguridad, apertura de mercados, incentivos para la innovación, evitar el despilfarro, mejorar la gestión pública. Con giros a la izquierda sesentista y consejos de Fidel, el futuro sería aun más incierto. Con el trueque entre países de dudosos antecedentes -aunque a veces no hay otros remedios- con negocios sustentados en la política, confianza en la sonrisa de Dilma o esperanzas en los sucesores de CFK el progreso será lento y tortuoso.
Las innovaciones exitosas provienen del conocimien- to, de la experiencia, de las construcciones de largo plazo, de los equipos y de la confianza. No es aconsejable poner el foco en las improvisaciones, en las soluciones iluminadas ante situaciones desesperadas o la genialidad de la mesa de café.