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La mayor traición de un Presidente

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michelle goldberg
Columnista de The New York Times
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El informe para justificar la acusación y abrir el juicio político al presidente Donald Trump emitido por la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes cita, en detalle, el discurso que el mandatario pronunció ante sus devotos el 6 de enero antes de que muchos de ellos irrumpieran en el Capitolio.

“Tenemos que deshacernos de los congresistas débiles, los que no sirven, los Liz Cheneys del mundo, tenemos que deshacernos de ellos”, dijo Trump. Instó a sus secuaces a marchar por la avenida Pensilvania hasta el lugar donde se reunía el Congreso para certificar la elección que había perdido: “Porque nunca recuperarán nuestro país con debilidad. Tienen que mostrar fuerza y tienen que ser fuertes”.

Una semana después, la diputada Cheney, la tercera republicana más importante de la Cámara Baja, votó para deshacerse de él, y de esa manera se unió a nueve de sus compañeros republicanos en apoyo a la impugnación. “El presidente de Estados Unidos convocó a esa turba, la reunió y encendió la llama de ese ataque”, dijo en una declaración, y añadió: “Nunca ha habido una traición mayor por parte de un presidente de Estados Unidos a su cargo y a su juramento a la Constitución”.

Trump se convierte ahora en el primer presidente en la historia de Estados Unidos en ser sometido a un juicio político en dos ocasiones.

Luego de que una turba incitada por el presidente saqueó el Capitolio, mató a un policía y golpeó a otros más, a muchos se les cayó un velo de los ojos. De repente, todos sus partidarios, excepto los más fanáticos, admitieron que Trump era justo lo que sus más feroces críticos siempre dijeron que era.

Los bancos prometieron dejar de prestarle dinero. Las principales compañías de redes sociales le cerraron sus cuentas. Uno de los estudios de abogados de la Organización Trump rompió la relación con su cliente. El entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra rechazó la Medalla Presidencial de la Libertad y la PGA retiró su campeonato de un campo de golf de Trump. Las universidades le revocaron los títulos honoríficos. Algunas de las mayores corporaciones del país, junto con la Cámara de Comercio se comprometieron a retirar las donaciones para los habilitadores de su fantasía de fraude electoral en el Congreso. Bill de Blasio anunció que la ciudad de Nueva York va a poner fin a los contratos con la Organización Trump para la gestión de dos pistas de hielo y otras concesiones que valen millones de dólares al año.

Los trumpistas suelen quejarse de que se les condena al ostracismo, pero ver a todas estas instituciones rechazar al presidente ahora es un recordatorio de cuántas no lo hicieron antes.

Hay una especie de alivio en la llegada del castigo merecido después de todo. La pregunta es si es demasiado tarde, si la insurgencia que el presidente ha inspirado y alentado seguirá aterrorizando al país que lo está dejando atrás.

“Se trató de una rebelión armada y violenta en la sede misma del gobierno, y la emergencia no ha terminado”, me dijo el representante Jamie Raskin, el principal demócrata a cargo del juicio político. “Así que tenemos que usar todos los medios a nuestra disposición para reafirmar la supremacía del gobierno constitucional sobre el caos y la violencia”.

A lo largo de su presidencia, los republicanos fingieron no escuchar lo que el presidente decía.

Una ironía materializada del trumpismo (común entre los autoritarios) es que se deleita en la anarquía mientras glorifica la ley y el orden. “Esta es la contradicción y la verdad central de los regímenes autoritarios”, afirmó Ruth Ben-Ghiat, una historiadora de la Universidad de Nueva York. Hizo referencia a la definición de Mussolini del fascismo como una “revolución de reacción”. El fascismo tuvo un impulso radical para subvertir el orden existente, “para liberar el extremismo, la anarquía, pero también afirma ser una reacción para traer el orden a la sociedad”. Lo mismo es aplicable en el caso del movimiento de Trump. Un elemento central de la mística del presidente es que viola las reglas y se sale con la suya. A fin de reafirmar el Estado de derecho, es fundamental “demostrarle al mundo que no puede salirse con la suya”, señaló Ben-Ghiat.

El final de la presidencia de Trump ha sacudido la estabilidad de Estados Unidos como no lo hizo ni siquiera el 11 de septiembre, y eso sin considerar las casi 4.000 personas que mueren de COVID-19 todos los días.

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