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La innovación y la Estación Central

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HEBERT GATTO
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El Intendente Daniel Martínez, en plena campaña electoral, afirma haberle comunicado al Presidente de la República un proyecto para transformar la abandonada estación de trenes de AFE en un polo industrial y tecnológico de nueva generación.

La noticia, rápidamente difundida, fue inmediatamente desmentida por el Dr. Tabaré Vázquez al tiempo que, concomitantemente el ministro de Transporte se deslindó de la iniciativa señalando que él tiene “los pies en la tierra y no en el aire”.

Por su lado, su rival al cargo presidencial, la ministra Carolina Cosse, despojándose del uniforme unitario, le espetó que la innovación tecnológica no pasa por “lugares físicos” sino por la creación de condiciones que la hagan posible.

Ella, deslizó Cosse, en cumplimiento de sus funciones se ha ocupado permanentemente del tema y en el país ya existe una pujante industria de software que lo respalda. Con lo cual, sugirió al intendente que el pacto mutuo de no agresión pasa por respetar sus respectivos territorios: la innovación industrial y sus adyacencias, Antel Arena mediante, es su coto de caza exclusivo.

El incidente, que probablemente constituya el prólogo de la tan resistida puja electoral dentro del Frente Amplio, tiene, además, curiosas resonancias. No deja de ser un símbolo para el Uruguay que la polémica, pese a su tono menor, pase por el destino de un sitio emblemático, como la gigantesca estación cerrada hace más de quince años y hoy convertida en una ruina decrépita sitiada por los marginales que asedian la ciudad.

Una desolación que a escala uruguaya no sólo supone la obsolescencia de una magna construcción pública inaugurada a fines del siglo XIX, cuando el país, pese a las olvidadas dificultades para su concreción, confiaba en su futuro y encaraba optimista el camino de su modernización sino que parece implicar la renuncia a mantener su red ferrocarrilera de transporte de pasajeros.

Cuando, como es tristemente conocido, apenas nos movemos con máquinas y vagones destartalados a velocidad de monopatines. Con el resultado que un servicio tan popular en el mundo, cuyas continuas innovaciones acompañan el desarrollo técnico de la época, nos resulte vedado como colectividad.

En ese sentido no deja de ser revelador que uno de los candidatos proponga convertir la clausurada estación en una especie de shopping center, una mezcla del Latu con el nuevo Mercado Agrícola, aderezado con encuentros juveniles “del arte con la técnica”, mientras el adusto ministro de transporte reclama realismo y el resto del elenco, presidente incluido, se rehúsa a cualquier enmienda.

En una muestra de ataraxia creciente, un virus paralizante, que nos sofoca desde hace décadas. Clausurando tramo tras tramo una vía sin destino. No siempre fue así. En un momento de nuestra historia, el Uruguay supo tener máquinas, vagones y coches motor de última generación y la estación capitalina fue un palacio de bullicioso encuentro ciudadano cuando arribaban o partían las decenas de trenes que cruzaban el país en una red que lo abrazaba.

Llegamos a contar con 3.000 kms. de vías. Hoy eso es historia. Por eso esta disputa es un símbolo triste. Salvo alguna aislada agrupación ciudadana, nadie propone seriamente, ¿Además de madera para UPM, podremos algún día, transportar pasajeros?

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