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La decisión de Cristina

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hebert gatto
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El sábado 18 del corriente, completando un sorprendente gambito de dama, Cristina Fernández de Kirchner en un video con profusas imágenes de las sucesivas administraciones familiares, anunció haberle solicitado con éxito a Alberto Fernández (un kirchnerista crítico de regreso al redil) que encabezara una fórmula común en las futuras elecciones. “Él como candidato a Presidente y yo como candidata a vice, …”.

Con esta inesperada notificación no solo aclaró su voluntad política sino que ignoró el ofrecimiento de integración efectuado días antes a su propio Partido. Se auto designó y en el mismo acto escogió a su candidato a Presidente. De este modo, “porque así lo quiso y así lo ordenó”, inauguró para la historia electoral un giro propio, un vicepresidente que elige en soledad a su propio presidente.

Para todos aquellos para los que el peronismo sigue significando la liberación antiimperialista de la nación y la entronización en el estado de los intereses del pueblo, sectores obreros sindicalizados, clase media baja y media, y colectivos populosos del gran Buenos Aires, el anuncio provocó una fuerte ola de apoyo. Cuando no de inusitado entusiasmo.

Pese a la sorpresa que generó, dado que en sus filas nadie sospechaba que la viuda -que en las últimas semanas aparecía primera en las encuestas- pudiera declinar sus aspiraciones a la presidencia, su renuncia fue recibida como prueba de su generosidad. El insólito gesto de templanza de una candidata que teniendo asegurado el triunfo, fue capaz de rehusarse a recogerlo. Cristina Fernández hasta ese momento admirada como una eficiente maquinaria de lucha política, un ser de indeclinables convicciones populares, incapaz de ceder en sus designios, se convertía de pronto en una estadista que consciente de la polarizada situación de su país, coyuntura a la que ella aunque no fuera su deseo contribuía, no dudaba en sacrificarse en aras del bien general.

Es posible asimismo que para otra parte de sus partidarios, los más nuevos, aquellos con menos fervores ideológicos que frustrados abandonaron tardíamente al macrismo al convencerse de su incompetencia económica, o para otros muchos, aún indecisos, la actitud renunciante de la ex presidente fuera recibida con aprobación y un gesto de alivio. Una demostración que CFK optaba por un camino que reducía la inminencia del encontronazo que desde hace décadas frustra a la Argentina. O para decirlo en jerga porteña, que intenta sellar la peligrosa grieta que vive el país. Esa grieta que persigue al peronismo como una recurrente maldición histórica..

Curiosamente nadie, ni los más convencidos, le pidieron que renunciara a su renuncia. Como si subconscientemente a todos esta decisión los aliviara.

Para los anti kirchneristas, que viven el país más en términos políticos que sociales: clases medias y altas, sectores rurales acomodados, grupos provinciales tradicionalmente antiperonistas y multitudes que no sienten el trajinar político en términos de clase o de sectores socioeconómicos de pertenencia (por más que le pese al marxismo), la decisión de Cristina no puede menos que conllevar una enorme carga de desconfianza. Un gesto en todo caso hipócrita de una líder política de un partido irredimible, que temerosa de una derrota que podría suponer su fin definitivo, apela a correrse del escenario sin desaparecer, para así asegurar el triunfo y continuar dirigiendo el espectáculo. La maniobra ya tuvo principio de ejecución con el gobierno del proscripto Perón luego de la pactada renuncia de Cámpora y ahora, con esa tendencia irreprimible en el justicialismo a repetir la historia, se vuelve a reproducir.

No en balde en Buenos Aires, los muros aparecen con irónicas leyendas de “Alberto, Presidenta” o “Alberto Fernández de Kirchner”. Por más que no sea tan claro que el candidato escogido (una figura que en el pasado demostró sobriedad y capacidad de mando), se transforme en mero títere en manos de la ex presidenta, aunque es cierto que es la dueña de los votos y que el poder no suele consentir asociados.

Todo ello sin olvidar que aún es incierto el resultado de los más de diez procesos que aguardan a Cristina, el primero de los cuales, luego del fenomenal patinazo de la mayoría de la Corte Suprema, ya ha comenzado. Lo cual no habla bien del Poder Judicial argentino. Aún así, no puede asegurarse un futuro tranquilo para la ex presidenta, que se verá confrontada con declaraciones de varios de sus antiguos colaboradores así como con distintos testigos, muchos de los cuales la implicarán directamente en diversas maniobras de soborno y abusos de poder.

Es cierto que existe un núcleo duro de sus votantes, a los cuales no hace mella ni las acusaciones ni las eventuales sentencias. Pero tampoco cabe duda que una cosa son denuncias y otra es la formalización de juicios en cascada que en definitiva pueden romper la incredulidad de muchos de sus simpatizantes. Una situación que no difiere en mucho de la que sufren varios de los ex presidentes populistas del continente, muchos de los cuales, el caso más notorio es el del Presidente Lula, han visto como a la larga, sus figuras terminan menoscabadas.

Por el lado del gobierno de Mauricio Macri se asiste a un síndrome de sorpresa y perplejidad, como si la movida de Cristina y la eventualidad que la misma sea capaz de aglutinar opositores menos rígidos que los kirchneristas clásicos, debiliten aún más sus asediadas posiciones. Todo dependerá en gran medida de la actitud que adopten los peronistas federales, los cuales si bien prometen concurrir con candidaturas propias a las internas, aún deberán decidir su voto en caso que los comicios se diriman en segunda vuelta. Lo cierto es que aún cuando los carteles en Buenos Aires sostengan otra cosa, Alberto Fernández no es Cristina Fernández y Mauricio Macri, no es el mismo que hace pocos años concitaba grandes esperanzas de renovación. El panorama es incierto, pero el choque de frente parece ahora menos probable.

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