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La trinchera de Occidente

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Julio María Sanguinetti
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Con este título presentaremos este próximo miércoles 21 un libro que recoge nuestras notas sobre Israel y los debates en torno a la cuestión judía a lo largo de más de medio siglo de vida periodística.

La motivación circunstancial fueron los 70 años de la creación del Estado y, como consecuencia, el propósito de documentar lo que fue nuestra visión, en cada momento, de esa larga peripecia que vivimos como propia.

Desgraciadamente, las circunstancias le dan una indeseada actualidad al tema. El nuevo conflicto armado con Hamas, el sangriento atentado de Pittsburgh y la presencia en el Uruguay del músico Roger Waters, nos revelan de qué modo sigue vigente el racismo como enfermedad del espíritu y el antijudaísmo (o antisionismo) como la instrumentalización política de un prejuicio ya milenario.

La presencia del citado músico, un gran músico por otra parte, es un ejemplo cumplido de esa tendencia de muchos escritores y artistas a introducirse en el mundo de la política y actuar como agitadores. En raras ocasiones por una buena causa, como el maravilloso Charles Aznavour, recientemente desaparecido, que se transformó en el mayor vocero de la noble reivindicación armenia, que le era bien propia por su origen familiar; las más de las veces —desgraciadamente— por consignas de lo "políticamente correcto", con las que frívolamente se ha transformado buena parte del debate universal. Lo de Waters es particularmente ofensivo, porque ha rescatado la peor de las imágenes del antisemitismo histórico, la de la "Judensau", el "cerdo judío", difundido masivamente por el nazismo. A ello le añade una campaña "propalestina", que abona a la misma mística racista y —por si fuera poco— hasta introdujo a los "charrúas" en su presentación, sin tener la más mínima idea de lo que estaba hablando. Como su prédica era ampliamente conocida, se hace inexplicable la declaración municipal de "ciudadano ilustre" que propuso el Intendente.

¿Por qué titulamos el libro como "La trinchera de Occidente? Porque Israel es, pese a que no siempre se vea así, la avanzada de una civilización occidental negada y escarnecida por el terrorismo islámico. Lo es porque nuestros valores son lo que se fue amalgamando en los siglos, a partir de la igualdad ante las tablas de la ley, propia del judaísmo, a la que se añadió la piedad cristiana, luego la libertad racional del pensamiento griego y, finalmente, la concepción del derecho romano, código normativo regulador de la convivencia pacífica entre los humanos. Esa civilización judeo-cristiana-greco-romana es desafiada abiertamente y el activismo terrorista lo dice con todas las letras. Los atentados de París, de Madrid, de Londres, de Niza, ni hablar de las Torres Gemelas, ¿no son suficientes para entender que estamos ante una ataque formal?

Naturalmente, hoy han cambiado muchas cosas para Israel. El antisemitismo antes era de derecha, ahora se viste de izquierda, abrazando una causa palestina que nadie niega, pero que no puede siquiera considerarse sobre la negación de Israel. Antes era de origen católico, ahora musulmán. Ya no se habla de antisemitismo sino de "antisionismo", pretendiendo desplazar el debate sobre la existencia de Israel a las actitudes de sus gobiernos. Aquel niega al ser individual, este otro desconoce el derecho de un pueblo a gobernarse a sí mismo. Son dos caras de la misma moneda.

El correr del tiempo, además, muestra que aquel pequeño David, que hace 70 años intentaron despedazar al nacer cinco Estados vecinos, ha logrado sobrevivir. Hoy se le ve fuerte y eso arrastra envidias y aun odios. Se parte de ignorar que en aquel entonces nacieron, en las resolución de Naciones Unidas, dos Estados, y que el árabe no fue aceptado por sus propios hermanos, que prefirieron la guerra a Israel antes que reconocerle ese espacio que hubiera sido el hogar natural para los árabes de la entonces Palestina.

También se soslaya que Israel es una democracia, la única en la región, al punto que sus propias acciones militares son motivo de ardorosa discusión interna. Sin ir más lejos, renunció la semana pasada el Ministro de Defensa Nacional, cuestionando la decisión del Primer Ministro de aceptar una tregua, pese a que siempre se ha considerado a Netanyahu el hombre duro de la situación.

En nuestro mundo occidental, hay quienes se declaran "progresistas" y pretenden que se respete la vigencia de la "sharia", la ley islámica que subordina la mujer a una condición inferior. Cuestionan las respuestas militares de Israel a las constantes agresiones de Hamas, desde la franja de Gaza, ignorando estas una y otra vez.

Todos piensan que el ejército israelí nunca será derrotado. No se asume que si un cierto día perdiera una batalla importante (no hablamos de la guerra), la avalancha de los barrios musulmanes de París o Bruselas sobre los palacios del poder, sacudiría los cimientos de esos Estados. Por supuesto, mucha gente de esa creencia —quizás la mayoría— no participa de esa violencia radical, pero bien se sabe que carece de la fuerza para enfrentar y disuadir a las organizadas milicias terroristas, escondidas y mimetizadas adentro de la población civil. De ahí esa "trinchera", que también es nuestra, cuando aquí mismo tanta gente que se dice progresista revista en ese espacio vasto del prejuicio y el falso eslogan.

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