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Fascismo de izquierda

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Julio María Sanguinetti
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El fascismo fue, en su origen, un movimiento nacido de la izquierda italiana, liderado por un Benito Mussolini que venía del socialismo y que pretendió construir un sistema igualmente enfrentado al liberalismo democrático y al marxismo.

El resultado fue un Estado totalitario y corporativo de nefastas consecuencias. Hundido durante la Segunda Guerra Mundial, luego de su alianza con la Alemania nazi, el correr de los años le fue dando una connotación de derecha, al punto que hoy la expresión se usa cabalmente, para aludir a toda actitud autoritaria, irrespetuosa del Estado de Derecho propio de la democracia. Razón por la cual la calificación le cabe tanto a ciertos movimientos nacionalistas de derecha como a muchos que se proclaman de izquierda. Cumplido ejemplo es la "revolución bolivariana", cada día más fascista, y episodios que suelen saltar en nuestra vida democrática. Estos son los que nos mueven a reclamar reflexión a quienes, a veces sin advertirlo, incurren en actitudes típicamente fascistas y se agravian de que quienes pensamos libremente se lo digamos como corresponde.

A mediados de mayo, en el IAVA, se produjo un episodio singularísimo: una escenificación de un secuestro de estudiantes, realizado sorpresivamente en un aula, por un grupo de alumnos encapuchados. Se trató —indudablemente— de un acto propagandístico complejo, que podría interpretarse de muchos modos. Se dice que pretendían evocar secuestros militares (que no existieron en los liceos, aunque sí en otros ámbitos) pero venían encapuchados como guerrilleros (que no secuestraron en los liceos pero sí a embajadores y figuras políticas con fines de extorsión terrorista contra el Estado).

El Consejero Dr. Robert Silva, miembro del Codicen por elección de los profesores, pidió que se informara sobre el episodio, a efectos de conocer sus detalles. No se trataba solo de su derecho sino de su deber como jerarca del sistema público de enseñanza

La Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria le declaró entonces persona "no grata" y exhortó a sus afiliados a retirarse de los establecimientos liceales a los que concurriera el Consejero en ejercicio de su función Y así ocurrió en un par de ocasiones, donde muchos profesores se quedaron y otros salieron en actitud de boicot, dejando incluso clases desasistidas, con los alumnos librados a su buena conducta.

Cualquiera que piense en términos de institucionalidad democrática habrá de reconocer que se trata de un episodio gravísimo. Se procura impedir a una autoridad pública el ejercicio normal de su función por medio del abandono de sus deberes como docentes. No es una huelga, no es una paralización basada en un reclamo gremial. Es un desacato a la autoridad, a la que se repudia con la perturbación de un servicio público.

Con el correr de los días la preocupación se nos aumenta al advertir que el Codicen, la máxima autoridad de la enseñanza del Estado, no ha tomado la menor medida en amparo de un miembro del cuerpo al que se quiere coartar su derecho-deber al ejercicio de su función. Es gravísimo, pero ese Codicen, acostumbrado a acatar el griterío inorgánico de las gremiales, calla y se hace cómplice de ese agravio a la institucionalidad.

En otro ámbito vinculado a la cultura acaba de ocurrir otro episodio de la misma lamentable naturaleza: un actor y director muy conocido, Franklin Rodríguez, en un reportaje hizo algunas consideraciones críticas sobre un programa de promoción (Socio Espectacular) que lleva adelante la Institución Teatral El Galpón. Hete aquí que el actor va a ensayar para una obra que allí se venía preparando (obra ajena a la actividad de la institución) y se le impide la entrada. El director de El Galpón reivindica el derecho de prohibir la entrada de quien quiera, devolviendo con agravios lo que él considera agravios. El hecho es que la prohibición ocurre a raíz de una declaración crítica. No es una prohibición objetiva. Es como echar a alguien por su raza.

Por supuesto, ahora menudean las aclaraciones, idas y venidas, pero la reacción descalificatoria de una persona por sus opiniones ocurrió y eso mueve sin duda a reacción. El Galpón es una entidad privada pero sometida a las leyes que regulan esas instituciones culturales y beneficiada por el Estado de exoneraciones fiscales. En la Presidencia tuve el honor de devolverle a El Galpón su sala confiscada por la dictadura militar y también voté como legislador una contribución que años después se le atribuyó como resarcimiento de daños. O sea que siempre le hemos tenido un gran respeto, pese a que notoriamente actuaba dentro de un rumbo ideológico distinto al que profesamos.

Antes había ocurrido el episodio del actor Petru Valensky, respetado y querido como pocos en el ambiente artístico, quien osó decir que firmaría la reforma constitucional de seguridad y fue sometido a un verdadero linchamiento mediático.

Son brotes muy peligrosos. Es traer al presente fantasmas de un pasado que le hizo mucho daño a nuestra República. Los jóvenes, que en general no tienen esa vivencia, son quienes con mayor serenidad deben reflexionar sobre estas actitudes. No son cuestiones de simpatías ni partidismos. Es la esencia misma de nuestra vida democrática, de nuestras libertades. Y en particular el Codicen deberá reaccionar antes de incurrir en una situación de gravísima violación a la institucionalidad.

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