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Ética de la superación

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Julio María Sanguinetti
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La tan cuestionada sociedad burguesa, fundada en la "libertad, igualdad y fraternidad", ha sido la constructora de los sistemas democráticos modernos. Nació enfrentando a la aristocracia feudal, como expresamente se lo reconocen Marx y Engels en el manifiesto comunista.

Luego, un largo siglo mostró que aquella construcción basada en una libertad individual, que incluía la propiedad como condición de la autonomía personal, llevó a las sociedades más libres y prósperas de la historia.

La concepción materialista, en cambio, negadora de esas libertades, defensora de la propiedad colectiva, resultó inevitablemente autoritaria y, al final de cuentas, tan injusta como fracasada. Los despojos remanentes (Cuba, hoy Venezuela) son la expresión de esa igualación hacia abajo que hunde en la mediocridad por la falta de estímulos personales y la asfixia de las libertades.

Aquella libertad "burguesa" concebía la propiedad como su expresión inicial y eso lo vemos claro en los regímenes socialistas, en que la primera gran batalla es por ser dueño de una vivienda y, paralelamente, tener la posibilidad de independizarse económicamente del Estado totalitario con un emprendimiento personal, por modesto que sea. A lo que se le ha sumado, con el correr de los años, la transformación de un Estado liberal, espectador de los procesos sociales, en una organización capaz de ofrecer las mayores garantías posibles a aquellos que fueran quedando rezagados en la competencia del mercado.

De ese modo se han construido la prosperidad y la libertad. El trabajo es concebido como una virtud y no simplemente una carga; es la dignidad del esfuerzo personal, cuyo resultado cada cual quiere conservar. Es lo que magistralmente ha explicado Max Weber como "espíritu del capitalismo" y base del desarrollo superior de los países anglosajones en el siglo XVIII.

Aunque parezca absurdo y anacrónico, es lo que está detrás del debate sobre la seguridad social. El Uruguay, pionero en la materia ya en el siglo XIX, construyó un gran sistema de reparto solidario que, al llegar a mediados del siglo pasado, estaba agotado. Así es que en 1996 se le salva de la quiebra mediante un régimen mixto, en que hay un tramo general, obligatorio, administrado por el Banco de Previsión Social, que asegura los mínimos, y otro voluntario de ahorro personal. No se fue a un régimen totalmente de ahorro individual como Chile, sino a uno mixto, reconocido hoy como el más equilibrado. El trabajador tiene su cuenta individual, su ahorro personal transparentemente registrado y un fondo que es propiedad suya y no del Estado ni de las AFAP. Los 15.904 millones de dólares que hoy tiene el fondo de ahorro personal no son propiedad del Estado sino del 1.190.000 afiliados voluntarios. La AFAP es sólo su administradora, para que vayan rindiendo lo necesario como para sustentar el sistema.

Es contra eso que están quienes quieren desbaratar el régimen. Condenan que el trabajador ahorre. Creen que ahorrar es egoísmo burgués, que no existe el derecho a sentir el estímulo de trabajar y guardar. Este sentimiento, este pensamiento, es el que fue desestimulando al trabajador en los regímenes socialistas, hasta llevarlos al fracaso económico. Se diluyó la ética del trabajo. Daba lo mismo producir que no hacerlo.

Esta misma mentalidad es la que se ha trasladado al sistema educativo. Es idéntico estudiar que no estudiar, rendir que no rendir. Todo el mundo pasa en la escuela hasta 6º año y luego rebota en el primer año de liceo, donde la mitad deserta. Los que quedan, vivirán un proceso parecido en la educación media, hasta que queden en el camino o la mayoría rebote también al pretender el ingreso a la enseñanza terciaria. Todas las mediciones oficiales de rendimiento educativo muestran con elocuencia nuestro atraso.

Sabemos que la repetición no es una panacea, pero solo puede sustituirse por sistemas de apoyo pedagógico que compensen a los rezagados. Seguir adelante sin más es instalar el antivalor de que es lo mismo esforzarse que "hacer la plancha", como popularmente se dice.

En otro orden, no hace mucho que el Centro de Estudios Judiciales se vio obligado a bajar los niveles de exigencia porque solamente el 20% de los abogados que presentaban su aspiración de ingresar a la magistratura pasaban el examen de ingreso. Y algo parecido ocurrió en Relaciones Exteriores. Siempre el cambio es bajando la exigencia.

¿Alguien cree que en esta sociedad globalizada y fieramente competitiva, un país puede mirar hacia el futuro sobre estas débiles bases? ¿No advertimos que están en riesgo la mayoría de los puestos de trabajo actuales, sustituidos por mecanismos robóticos que solo darán espacio a la gente más preparada? Eso ya está ocurriendo y a velocidad exponencial. La condenación del esfuerzo individual, el castigo al espíritu de superación personal, fue la muerte de los sistemas socialistas. No puede ser la agonía de nuestras sociedades democráticas.

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