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Eutanasia y dignidad

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JULIA RODRÍGUEZ LARRETA
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Fue un mes de noviembre, cuando se supo que Brittany Mainard había cumplido con su decisión, y había dejado de existir. La noticia recorrió el mundo porque no se trataba de un hecho fortuito, ni de una criatura cualquiera.

Esta joven maestra de 29 años, de conocida personalidad solidaria, encaró su cruel destino con una entereza impresionante y lo transformó en una cruzada a favor de los derechos individuales. Su determinación de quitarse la vida puso una vez más en discusión el tema de la eutanasia como opción. Después de que le diagnosticaron un virulento cáncer cerebral que la llevaría a la muerte en unos 6 meses, resolvió que antes de que los padecimientos que ya sufría, siguieran en aumento y la enfermedad continuara haciendo estragos en su cuerpo, buscaría ella misma la muerte.

A lo largo de sus últimos meses llevó adelante una valiente y conmovedora campaña a favor de la eutanasia activa, motivo por el cual se trasladó con su marido de California al vecino Oregon, donde esta posibilidad se ratificó en un referéndum en 1997. Luego siguieron Washington (2008), Montana (2009), Vermont (2013), California, Colorado y Washington DC (2016), Hawai (2018), Nueva Jersey y Maine (2019) y en varios otros. En Canadá y en ciertos países europeos existe legislación, como ser en Suiza, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y hay procesos en Portugal y España. En el estado australiano de Victoria desde 2010 así como en Colombia, en América del Sur. Todos con una concepción similar.

A través de videos, mensajes en las redes sociales, en un diario casi íntimo de sus últimos días, Brittany habló como nadie de su desgarradora elección. Profundizó en el valor de la persona, de la dignidad del ser humano y del derecho a elegir el momento de su fallecimiento, si bien según aclaró, no era de personalidad suicida. Ocurría que se estaba muriendo. Prefirió entonces que fuera a su manera, no continuar atormentada por las convulsiones, los mareos, los dolores. Antes de la fecha que se había puesto como límite para ingerir la mezcla de barbitúricos que le recetara el médico y tenía con ella desde hacía unas semanas, hizo dos últimos viajes para disfrutar una vez más de la naturaleza que tanto amaba, con sus padres y su marido. Una de las últimas cosas que hizo fue grabar un mensaje en su página de Facebook, en el que llamaba a honrar la vida y a comprender la importancia de los afectos. Miembros de la Compassion and Choices, organización defensora de la eutanasia que la acompañó en sus difíciles trances, informaron que murió serenamente, rodeada de sus seres queridos en esa madrugada.

Más de 10 millones de personas vieron el video en el que se despedía. Mucha gente la aplaudió valorando su coraje y comprendiendo su resolución, mientras otros simplemente la acompañaron. También hubo de los que la criticaron, con duras frases de censura.

El conflicto que rodea a la legalización de la eutanasia, (del griego, “eu” -bien- “thanatos” -muerte) suele provenir de las creencias religiosas de quienes consideran que todo el mundo debe atenerse a ellas. Es una discusión que contrapone motivos éticos, filosóficos, morales y es tan compleja su dilucidación, que dentro de la cultura occidental poco se plantea la razón primera; el respeto de la voluntad de la persona, en lugar de imposiciones ajenas.

Progresos ha habido, desde los tiempos en que a los suicidas no se les daba “cristiana sepultura”, pero aún persiste una suerte de temor atávico ante la perspectiva de que el ser humano pueda resolver respecto de su vida y también su muerte, recibiendo asistencia de acuerdo a su soberana decisión.

Ahora, un importante aporte ha llegado con el nuevo proyecto de ley que entra a la Cámara Baja, presentado por el diputado Ope Pasquet, que viene a complementar la ley de Muerte Anticipada del 2009, reglamentada en el 2011. El proyecto brinda al médico una protección legal que hacía falta, dejando atrás las hipocresías que todos conocemos. Porque cuantas veces a un enfermo que transita una agonía sin esperanza se le suministra, en acuerdo con los familiares, un cóctel que le permite evadirse del sufrimiento. Pero siempre dependiendo de que el galeno que lo atienda tenga esa manera de pensar y esté dispuesto a correr el riesgo implícito. La ley de Pasquet no obliga y el doctor que no lo desee, no tiene por qué actuar. Si por el contrario, considera que es lo que corresponde en esa circunstancia, tendrá la tranquilidad de no poder ser acusado de delito.

La ley N°18 473 fue un gran avance, pues buscó evitar el ensañamiento terapéutico que lleva a ciertos pacientes a padecer largas e inútiles agonías, pero tanto en el artículo N°13 y en el N°14, se excluyó explícitamente la eutanasia. A pesar de que resulta contradictorio, (no es lo único) con la esencia del artículo primero, donde se expresa que “toda persona mayor de edad, psíquicamente apta, en forma voluntaria, consciente y libre, tiene derecho a expresar anticipadamente su voluntad, en el sentido de oponerse a la futura aplicación de tratamientos y procedimientos médicos que prolonguen su vida en detrimento de la calidad de la misma, si se encuentra enferma de una patología terminal, incurable e irreversible”. Por otra parte, el artículo N° 6 indica que “podrá manifestarse de forma anticipada ante escribano público” y abunda en el procedimiento.

Así como hay una vasta desinformación sobre esta ley entre la población, en ella hay lagunas y limitantes. No queda claro si el Art. 1° abarca dejar instrucciones previas, para el caso de sufrir una enfermedad hasta ahora “irreversible” como el alzhéimer u otro padecimiento sin remedio. Estos son casos que hoy se multiplican con la mayor longevidad y son muchas las personas que aun relativamente bien en lo físico, “pierden la cabeza”, porque nada menos que el cerebro está dañado.

Por respeto a los derechos del individuo debe legislarse para facilitar que quien no tenga reparos religiosos o filosóficos, pueda libremente dejar por escrito su deseo de no vivir en esas patéticas condiciones. Los de afuera, abstenerse de obligar a vivir.

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