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Ecología y política

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julia rodríguez larreta
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Es descorazonante cuando personas que ocupan los más encumbrados niveles caen en las ofensas, en la liviandad de los tuits, en el mal gusto y las bravuconadas, por más que en el mejor de los supuestos, cada cual piense en lo más conveniente para su país.

O su gobierno. No hay que descartar que Macron, quien tiene que lidiar internamente con el lobby de los agricultores a raíz del acuerdo Mercosur-UE, haya aprovechado para atacar al Presidente Bolsonaro con el pretexto de su postura anti Acuerdo de París (calentamiento global) molestando al mandatario brasileño. Pero apelar a bajezas como las burlas sobre la mujer del Presidente de Francia, vistas urbi et orbi por las redes o no aceptar una necesaria ayuda para combatir el fuego amazónico, exigiendo al mandatario francés que se disculpe primero por tratarlo de mentiroso en medio de temas planetarios graves, no es ni edificante ni tranquilizador.

Dicen los franceses, que “c’est le ton qui fait la chanson” (el tono es el que hace la canción) y en efecto, el Presidente Bolsonaro no se entera. Con un parecido con el Presidente Trump, que más valdría se pudiera adjudicar a rasgos más positivos, ambos se caracterizan por irritar a su audiencia o a su interlocutor. Chocan de continuo con sus declaraciones, si bien luego dan la vuelta y declaran que no “dijeron lo que dijeron”. O a posteriori, (caso de los comentarios de Mr. Trump sobre el Premier chino) hagan comentarios que van en el sentido inverso, sin que se les mueva un pelo o el jopo. Depende.

Por esa inclinación a impactar con sus palabras, no es de extrañar que frente a la racha de grandes incendios en la zona del Amazonas y el Cerrado, al Presidente del Brasil hoy se le caricaturice como un nuevo Nerón. Ni tampoco es descabellado pensar que con sus críticas a la protección de esa zona crucial para el equilibrio ecológico, (la Amazonia brasileña es 30 veces el Uruguay), haya dado impulso a más talas y fuegos destructores. Dantesca situación que al menos sirve para abrir los ojos del resto de los mortales sobre la importancia de la conservación de ciertas regiones. Siniestros que a su vez ocurren en los demás países amazónicos, como por ejemplo, en la Chiquitanía boliviana, con una diferencia. Nadie le cae encima al sempiterno (maniobras electorales mediante) Presidente Evo Morales.

Para tener un enfoque más amplio, conviene saber qué pasaba en la era pre Bolsonaro. Después de una baja del 80% en la deforestación, entre 2004 y 2012 , esta empezó a aumentar después del debilitamiento del Código Forestal votado en el Congreso. Una tendencia que se arrastra desde la época de Dilma Rousseff (2011-2016) a partir de la reforma de las restricciones ambientales. Se aflojaron las reglas de los permisos para talar y se otorgó amnistía para las acontecidas antes del 2008, con lo cual la gente se envalentonó con esperanzas de perdones similares a futuro. Por su lado Michel Temer, frente a la complicada economía del país, disminuyó la protección del medio ambiente y de los indígenas, reduciendo el presupuesto de la Cartera de Medio Ambiente y los fondos para la implementación de las leyes de protección de la selva tropical.

La deforestación es una de las grandes causas del efecto invernadero; 25% de las emisiones globales de gas provienen de las talas y de los incendios de los bosques en todo el mundo y la Amazonia representa el 60% de la selva tropical del globo. Son varios los países con territorio en la región amazónica: Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia y en todos ellos existe un preocupante avance de la deforestación, a pesar de que cada uno de ellos firmara en 2015 el Acuerdo de París que busca mantener el aumento de la temperatura planetaria por debajo de los 2 grados Celsius, similar a los niveles preindustriales. El compromiso de reducir el talado de los arboles fue unánime, pero las emisiones actuales demuestran que esos objetivos están lejos de cumplirse.

La pérdida selvática provoca mayores sequías y masivos incendios, pero la abrumadora cifra de focos ígneos detectados en la Amazonia brasilera en estos días lleva a no descartar un accionar delictivo. Al tiempo que ha ido creciendo la conciencia general sobre lo que significa para la humanidad la preservación de los equilibrios medioambientales, ya sea en las altas jerarquías como en los distintos estratos de la sociedad, se entrechocan visiones disímiles y estrategias políticas contrapuestas. Intereses personales y puntos de vista opuestos, sobre como actuar frente a un dilema tan complejo como lo es la salvaguarda del hábitat para los tiempos que vendrán que enfrentan a los deseos de potenciar el desarrollo económico de los países involucrados. En la cuenca del Amazonas se ubica la mayor selva tropical del planeta y en ella existe al menos el 10% de la biodiversidad mundial conocida, si bien al descubrirse nuevas especies a cada rato, los científicos calculan que puede contener el 30% de la fauna y flora de la tierra. La selva amazónica produce gran parte de sus propias lluvias. El agua sube de las raíces a lo alto del follaje, luego a la atmósfera, se transforma en lluvia nuevamente, y la evaporación contribuye a refrescar el clima.

Ser optimista en estos temas no es fácil, pero es sin duda imperioso que reine la cordura y se alcancen equilibrios indispensables.

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