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Argentina y Uruguay

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Cerca de la mitad de los argentinos serán pobres cuando este año termine. Qué inmoral que un país como ese conduzca una y otra vez a su gente a la miseria. Uruguay, tan cercano y tan parecido, marcó algunas diferencias a preservar en las últimas décadas.

Hay un ciclo perverso que Argentina reitera indefinidamente. En un momento, las buenas condiciones internacionales se encuentran con una economía competitiva, generalmente luego de una terrible crisis que incluye lo social. Durante esa fase, grandes sectores de la población ven mejoradas sus condiciones de vida gracias a la expansión de la capacidad de consumo. El “dólar barato”, que suele encontrarse en estas épocas, juega un rol clave en la autoestima del consumidor, que se encuentra de repente con un salario en pesos que le permite acceder a bienes importados y a viajes al exterior.

La Argentina menemista de mediados de los 90 y el primer gobierno de Cristina Kirchner, con sus enormes diferencias, entran en esta categoría. Sin embargo, es en esta misma etapa de bienestar que se gestan trampas que se pagarán pocos años después: un sector público permanentemente deficitario y un tipo de cambio artificialmente bajo, elementos evidentemente vinculados.

Pero cuando el viento económico cambia un poco, las cosas se complican mucho. Se agotan las fuentes de financiamiento del déficit y los mercados empiezan a apostar en contra de la moneda local. Los ajustes que los gobiernos no habían querido o no podido hacer, los terminan ejecutando los mercados de forma mucho más implacable e injusta. Estos ajustes no son otra cosa que megainflaciones y megadevaluaciones en las que millones de personas ven pulverizado su poder de compra y caen bajo la línea de pobreza. El país que se había vuelto artificialmente caro, y por ende poco competitivo, vuelve a ganar competitividad de la peor forma posible: empobreciendo drásticamente a sus habitantes.

Poco después, algún ciclo económico favorable encontrará una Argentina pobre pero competitiva.

Estamos viendo en directo la fase más triste de este ciclo descrito. Nuevamente Argentina recibió un shock negativo con debilidades enormes: en este caso un shock internacional de magnitudes desconocidas. El aumento de la emisión para financiar el enorme déficit fiscal terminará, tarde o temprano, por acelerar la ya crítica inflación que sin dudas será superior al aumento de los ingresos de la gente. La pobreza que en 2019 llegó a 35,5% tendrá una nueva y dramática suba.

Los parecidos en la historia económica de las dos orillas del río son evidentes pero también lo son sus diferencias, sobre todo en las últimas décadas. Con todas sus deudas pendientes, el Uruguay pos-dictadura hizo un buen trabajo construyendo un país más rico, estable, abierto y con menos pobreza que en 1985. Argentina, por el contrario, no avanzó significativamente en ninguno de estos aspectos.

A Uruguay le quedan enormes desafíos pendientes si quiere dar un salto al desarrollo. La competitividad, la educación y la fragmentación social son algunos de ellos. Pero está ciertamente hoy bastante más cerca de esa meta que en 1985. Nuestros hermanos argentinos nos dan una lección diaria de lo dañina que puede ser la épica política en detrimento de la realidad.

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