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Vergüenza ajena

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tomás linn
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La televisión, y en particular algunos programas periodísticos, a veces ponen en evidencia situaciones que son de no creer. La semana pasada, el que se ubicó en un asombroso offside con cada palabra que dijo fue el dirigente de la Federación Nacional de Profesores, Marcelo Slamovitz.

Quizás su problema fue haber ido libretado a responder las preguntas de los periodistas. Literalmente libretado, por cuanto puso sobre la mesa a la vista de todos, el libreto que debía decir anotado en las páginas de una libreta de tapas negras.

La tesis de los profesores sindicalizados es que en función de la libertad de expresión, están habilitados a andar por los centros de enseñanza con tapabocas con una consigna contraria a la ley de urgente consideración en lo que a educación se refiere. Para ello deforman la sigla de la ley e instan a “educar, no LUCrar”. Es decir despliegan un pasacalles que en vez de ir de acera a acera o de pared a pared, va de oreja a oreja. Pero sigue siendo un pasacalle, con una consigna propia de militantes jugados a hacer proselitismo.

Cuando se le preguntó a Slamovitz en el programa “7º Día”, si eso no violaba el principio de laicidad, la respuesta fue que estaban amparados en su derecho a la libre expresión y que era bueno para la formación cívica de los estudiantes que estos temas se discutieran en las aulas. El argumento podrá parecer admisible, pero en ese caso debería armarse un panel con personas que expresen las diferentes posiciones y el tema se discuta con ecuanimidad y equilibrio. Eso no es igual a andar con un tapaboca que tiene consignas propagandísticas y militantes. O sea haciendo proselitismo grueso y burdo.

Slamovitz aseguró estar respaldado por lo que decían los artículos 57 y 58 de la Constitución. Por lo menos así le decía la libretita que consultaba todo el tiempo.

Ante la inconsistencia de sus argumentos, el periodista Juanchi Hounie le leyó en forma textual el artículo 58: “Los funcionarios están al servicio de la Nación y no de una fracción política. En los lugares y las horas de trabajo, queda prohibida toda actividad ajena a la función, reputándose ilícita la dirigida a fines de proselitismo de cualquier especie. No podrán constituirse agrupaciones con fines proselitistas utilizándose las denominaciones de reparticiones públicas o invocándose el vínculo que la función determine entre sus integrantes”.

Ni bien terminó de leerlo, Slamovitz lo desestimó diciendo que eso “era una opinión” y siguió hablando (y mirando de reojo a su libreta) como si nada. Nunca se dio cuenta de que no se trataba de una idea loca de Hounie sino que era el texto mismo de la Constitución. Lo grave es que Slamovitz no es solo dirigente sindical, es un profesor de historia presumiblemente egresado de la institución que forma profesores. Se supone que tiene criterio y capacidad de discernimiento.

El artículo 58 es irrefutable y por eso lo transcribí entero. No hay como entrarle. Si los profesores van a un liceo con un tapaboca o un cartel o lo que sea, haciendo proselitismo, violan la Constitución. Eso es clarísimo.

Cuando se le preguntó si estaba bien entonces, que un profesor diera sus clases con un tapaboca que tuviera un texto contra la ley de aborto, Slamovitz fue tajante: eso sí iba contra el principio de laicidad. Sin duda es así, ¿pero en qué es diferente a usar un tapaboca con una consigna contra otra ley, cualquiera sea? Es demasiada la desfachatez; no se puede decir que el proselitismo militante en las aulas está bien si es a favor de una causa pero está mal si es a favor de otra.

Es probable que en ese momento del programa a buena parte de la audiencia se le haya transformado el rostro. No tanto de indignación sino de asombro y de incredulidad. Insisto, el que hablaba era un profesor de historia en Secundaria y más de una persona habrá respirado con alivio cuando al preguntar a sus hijos si ese señor era su profesor, la respuesta fue negativa.

Es que ante la contundencia del artículo 58, que solo permite una única lectura dada su rotunda claridad, las respuestas dadas por el dirigente de la Fenapes eran absurdas y fuera de toda lógica, iban contra un elemental sentido común y se despegaban de toda racionalidad.

Durante el resto del programa Slamovitz siguió diciendo lugares comunes debidamente consultados en su libreta negra. A medida que lo escuchaba, empecé a sentir algo así como vergüenza ajena.

Otra discusión, distinta a esta, es la referida a lo que motiva la protesta sindical. Es la creencia de que la ley lleva a que la educación pública lucre o vaya, como algunos han dicho, a su privatización. Quien lea entero el capítulo sobre educación en la mencionada ley, quizás encuentre aspectos a objetar (lo cual es legítimo), pero no encontrará nada que diga que se pretende lucrar o privatizar. No hay una línea referida a esos dos aspectos, ni en forma explícita ni de manera sugerida. Por lo tanto, las consignas se refieren a otra ley. A una que no existe. A un puro invento.

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