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Van siete millones...

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JUAN ORIBE STEMMER
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La información sobre el número de refugiados, emigrantes y asilados venezolanos contiene un elemento de estimación.

La principal fuente son los datos suministrados por las autoridades de los países de acogida. Estos, en muchos casos no incluyen datos sobre los venezolanos en condición irregular o no están actualizadas. Es probable que esos números subestimen la magnitud real de la hemorragia de seres humanos que sufre Venezuela desde hace cuatro o cinco años.

Se estima que a principios de setiembre había en torno de 7,1 millones de venezolanos emigrados (en diferentes situaciones) en todo el mundo. La mayor parte de este contingente, 5,9 millones, se encuentra en América Latina y el Caribe.

De acuerdo con el Banco Mundial, en el año 2021 Venezuela tenía 28,7 millones de habitantes.

Los países de nuestra región que han recibido más inmigrantes son Colombia -lo que es lógico, son países limítrofes- donde se encuentran 2,5 millones de venezolanos. Perú (1,4 millones), Ecuador, Chile y Brasil. En el Río de la Plata, Argentina ha recibido, se estima, unos 130.000 venezolanos y nuestro país, algo más de 22.000. Los números aumentan continuamente.

Un movimiento emigratorio tan pronunciado en tan poco tiempo tiene una cantidad de impactos cuantitativos -sobre el volumen de la población- y cualitativos. Por lo general, los emigrantes serán personas jóvenes, con mejor preparación y más iniciativa. Las consecuencias para el país de emigración serán muy negativas: una sociedad envejecida con menos técnicos y personas bien preparadas. Pero, también es cierto que esas personas son, precisamente, las más inquietas e inclinadas a protestar contra la dictadura de Maduro y sus adláteres.

Para un cínico, bien podría ser preferible que esas personas díscolas se vayan del país a que protesten en las calles. Con la ventaja adicional de que los emigrantes enviarán remesas en dólares para sus familias que quedaron en Venezuela. Es la solución cubana.

Es difícil explicarse cómo es posible que una de las principales naciones petroleras, con ricos yacimientos de otros minerales, una generosa variedad de recursos naturales y una población culta, como Venezuela, pueda encontrarse en el 2021 en el puesto 120 del Índice de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD. Para tener una idea: primero, Venezuela está ubicada entre Kirguistán e Irak y cerca de Nicaragua (lugar 126); y, segundo, es uno de los países que ha tenido la mayor caída en el Índice de Desarrollo Humano en el período 2015-2021.

En comparación Chile se encuentra en el lugar 42; Argentina, en el 47; y Costa Rica y Uruguay en el 58.

El gobierno venezolano es una cleptocracia. De acuerdo con el Índice de percepción de corrupción elaborado por Transparencia Internacional, Venezuela ocupa el sitio 177, entre los peores del ranking. Los desdichados países más próximos en la lista son Yemen (lugar 174) y Somalia (lugar 178). Dos países pobres deshechos por guerras civiles y crisis políticas. En cambio, lo que sufre Venezuela es la dictadura encabezada por Maduro, sostenida por un eficiente aparato de represión, y apoyada, en forma explícita o implícita, por un influyente movimiento de opinión en nuestro continente.

Venezuela es, en su expresión más destilada y concentrada, el paradigma del progresismo real.

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