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Principios y dogmas

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juan oribe stemmer
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El ministro de Relaciones Exteriores justificó la decisión de no intercambiar ideas con su sucesor sobre la propuesta de aplicar a Bolivia la cláusula democrática prevista en el Protocolo de Ushuaia, diciendo “que las convicciones y los principios no se consultan”.

Se equivoca.

La política exterior no debe ser una política de partidos, ni siquiera de gobiernos. Debe ser una política de Estado.

El ministro quizás utilizó el término principio en el sentido de, para citar el Diccionario de la Real Academia, “norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta”. Los principios son el producto de los valores, la cultura y la experiencia.

En el caso de la política exterior, los principios son los conceptos, opiniones y juicios que deberían regir las conductas o las políticas de los Estados en sus relaciones internacionales.

El dogma, en cambio, es lo opuesto: es el conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligatorio para los seguidores de cualquier religión (o ideología política con pretensiones de religión) revelado al ser humano por el Creador.

De un lado está el ámbito de la razón, de lo discutible y de lo opinable. Del otro lado está la verdad revelada que no admite discusión.

Los principios son el producto de la razón y deben estar abiertos al intercambio de ideas, ser revisados de acuerdo a las circunstancias (para confirmarlos o ajustarlos) y ser lo suficientemente flexibles para construir los consensos que aseguren su sustentabilidad en el largo plazo.

Los dogmas, en cambio, son verdades reveladas e inflexibles que no admiten discusión ni toleran el compromiso. Los dogmas son indiscutibles. En política los dogmas suelen crear monstruos.

Al hacer aquella afirmación, el ministro se estaba refiriendo a una cuestión de política exterior de nuestro país. Y, si hay algo que no tiene lugar en la política son los dogmas.

Especialmente, en el caso de las relaciones exteriores. Estas deben ser políticas de Estado y reunir determinadas características, incluyendo: cristalizar una visión de largo plazo hacia el pasado y hacia el futuro; responder a los grandes determinantes del devenir de los países (incluyendo la geografía, los recursos naturales, la población, el desarrollo económico); ser el fruto de una fría y racional evaluación de los intereses; evolucionar constantemente; y reposar sobre los cimientos de un amplio consenso político. Y esto requiere procesos de consulta permanentes entre todos los partidos.

No hay lugar para dogmatismos en la política exterior. Quizás, el único dogma sea que no deben existir dogmas.

En cambio, debe haber mucha racionalidad, flexibilidad sin apartarse de lo esencial, capacidad de dialogo y voluntad de compromiso dentro de cada país. De otra forma es imposible que exista una política de Estado sustentable.

En el caso de los recientes sucesos en Bolivia, la posición del ministro no ha sido objeto de consultas con los demás partidos políticos y, todo lo indica, no refleja un consenso nacional. No es una política de Estado. Es una política de partido.

Los dichos del ministro dan la impresión de que, en realidad, no habla de principios racionales fundados en una fría evaluación de la realidad y un amplio consenso político, sino de dogmas dictados por una ideología que no admite otras opiniones.

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