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Polos opuestos

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Juan Oribe Stemmer

Las reverberaciones causadas por el golpe de Estado en Honduras (aunque, es cierto, se trató de uno bastante atípico) y, ahora, por el acuerdo de cooperación para la defensa entre Colombia y los Estados Unidos, acentúan la definición de dos grandes campos en el escenario político de nuestra región.

Uno de esos campos converge en la figura del presidente Hugo Chávez y su Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA) que incluye, además de Venezuela, a Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y varios estados insulares del Caribe. Honduras se ha dado de baja de esta asociación. El otro campo, con una variedad ideológica mucho más amplia, abarca a los demás países latinoamericanos, e incluye desde gobiernos de centro izquierda hasta más conservadores, incluyendo a socios del ALCA (México).

La división se cristalizó con la crisis en Honduras (una de las causas de lo sucedido en ese país fue el creciente "bolivarianismo" que habría aquejado a Manuel Zelaya, el presidente constitucional derrocado). Durante su reciente visita al presidente peruano Alan García (uno de los pocos presidentes latinoamericanos que apoyó a Uribe en el tema de la cooperación militar con los Estados Unidos), Zelaya sostuvo que en su gobierno "jamás estuvo planteada la reelección porque está prohibida en Honduras".

La realidad es que Zelaya, en su legítima campaña para recuperar el poder, parecería haberse alejado del campo del ALBA, que exigía su reinstalación sin condiciones, para buscar el apoyo de los Estados Unidos y de los países más moderados de la región, que impulsan una solución negociada. Tanto la destitución del ex presidente hondureño, como el camino que eligió él mismo en las últimas semanas, para obtener apoyo político, marcan un debilitamiento de la influencia de Hugo Chávez. Lo que no le debe haberle caído nada bien al presidente venezolano.

Lo sucedido en la reciente III Cumbre de la Unasur, reunida en Quito, marcó, nuevamente, aquella división.

Los intentos del presidente Chávez de conseguir una condena explícita del acuerdo de cooperación militar que Colombia negociaba con los Estados Unidos no dieron el resultado que esperaba. Fue en esta oportunidad cuando Chávez advirtió a sus sorprendidos colegas que "Vientos de guerra empiezan a soplar". La reunión terminó sin una posición común de los países miembros sobre el asunto que finalmente será considerado por un nuevo encuentro que tendrá lugar en Bariloche, el 28 de agosto.

Es interesante observar que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha esforzado en convencer a su par boliviano, Evo Morales, de que se necesita evitar que la reunión en Bariloche se convierta en un intercambio de acusaciones y reproches. El propósito sería encontrar una salida que podría consistir en el establecimiento de garantías jurídicas de que las bases no serán usadas en acciones contra terceros países.

Es decir que lo que se procuraría es arribar a una solución que reconozca el principio fundamental de la soberanía de Colombia -atacada por la guerrilla y el narcotráfico- y el principio, igualmente fundamental, del derecho de los demás países de velar por su propia seguridad. El futuro de la Unasur requiere una solución sensata de este tipo.

El problema es que, ello no parecería ser lo que quiere el coronelísimo Chávez.

Honduras y ahora el acuerdo de cooperación militar entre Colombia y EE.UU. acentúan la división de la región en dos grandes polos.

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