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Mantener la distancia

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JUAN ORIBE STEMMER
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La política de impulsar el comercio internacional es lógica y razonable. Las características de nuestra economía nos obligan a expandir la integración en los mercados globales con el fin de impulsar el desarrollo económico y social de nuestro país.

Y uno de estos mercados es China. El ministro de Relaciones Exteriores describió así la política de nuestro país respecto de esta potencia en su reciente visita a la Comisión de Asuntos Internacionales del Senado: “La relación bilateral con China, el principal socio comercial, ocupa un lugar destacado en los esfuerzos que apuntan al fortalecimiento de la inserción económica internacional del país. La relación es multidimensional y aún cuenta con áreas poco exploradas: captación de inversiones, financiación, exportación de servicios”. También afirmó: “Uruguay aspira a elevar su relación bilateral con China a nivel de asociación estratégica integral, con miras a alcanzar los más altos objetivos, donde la integralidad de las áreas de interés mutuo está priorizada”.

Suena muy bien.

Pero ¿qué quiere decir exactamente “asociación estratégica integral”? El término “estratégica”, tiene reverberaciones políticas, es demasiado amplio y poco preciso.

El Diccionario de la Real Academia nos dice que “integral” significa “Que comprende todos los elementos o aspectos de algo”. En este caso ¿cuál es el “algo”? En la práctica es imposible separar lo económico de lo político.

El término “asociación” sugiere una cierta igualdad entre las partes. Pero, es fácil pasar de la asociación a la adhesión cuando las grandes diferencias de peso material y político entre las partes generan una situación de asimetría en las relaciones de poder entre ellas.

Sin querer aguar el idilio de la Cancillería uruguaya con China, es inevitable mencionar lo obvio: existe una falta de simetría esencial entre los dos países. China tiene una población de 1.398 millones habitantes (Banco Mundial, 2019) y un PBI total de 9,57 trillones de dólares; Uruguay tiene una población de 3,4 millones y un PBI de 56,4 billones. Para no aludir a la creciente capacidad militar de esa potencia o a lo que está sucediendo ahora en Hong Kong.

Claro, alguien podrá argumentar que estos son problemas distantes que no nos tocan directamente. No es así. Por varios motivos.

Primero, las relaciones entre un país pequeño, como el nuestro, y una gran potencia, como China, jamás serán inocentes.

Segundo, no es suficiente considerar la coyuntura actual (que ya es suficientemente compleja) sino también intentar anticipar su evolución futura en el gran escenario mundial.

Finalmente, ya existen áreas en las cuales nuestros intereses son diferentes a los de China.

Tal es el caso de la expansión de las andanzas de las flotas de pesqueros chinos a lo largo de la costa del océano Pacífico de América del Sur y en el Atlántico sudoccidental y el proyecto de la empresa Shandong Baoma Fishery Group de construir un puerto pesquero en el litoral de nuestro país. Un proyecto con implicancias regionales.

La mejor defensa de la soberanía de nuestro país no es incrementar la dependencia de una potencia, sino saber mantener una distancia prudente de todas las potencias y esforzarnos en diversificar las relaciones comerciales con todos los países posibles.

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