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No es un juego

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JUAN ORIBE STEMMER
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Alguien dijo que mientras que los Estados Unidos jugaban a las damas en el Oriente Medio, los clérigos iraníes jugaban al ajedrez.

La decisión del presidente Trump, tomada sin consultar a sus aliados de la OTAN, de asesinar al general iraní Quasem Soleimani no tiene nada de la racionalidad fría y deliberada del jugador de ajedrez que mira cinco o seis movimientos más adelante.

El ataque significó un cambio cualitativo en la complicada situación. Hasta el momento los enfrentamientos entre Irán y los Estados Unidos habían sido indirectos. Ahora, el ataque fue llevado a cabo por un dron de los Estados Unidos, en territorio de un tercer país, Irak, y contra un alto funcionario de Irán. La respuesta de Irán reconoció, implícitamente, ese cambio. Primero, fue un ataque directo desde territorio iraní contra bases ubicadas en Irak donde se concentran fuerzas de los Estados Unidos. Pasamos de las refriegas por intermediarios a la confrontación directa.

Entretanto, tanto Estados Unidos como Irán actúan como si Irak no fuese un Estado soberano, solamente un conveniente campo de batalla para medir sus fuerzas.

La represalia de Irán se realizó contra dos bases militares que ya habían sufrido ataques por parte de sus aliados y que estaban preparadas para recibir los misiles enemigos. No hubo, de acuerdo a las noticias, muertes y solamente unos pocos heridos. Teherán tomó, entonces, una represalia meditada, la situación se estabilizó en su nuevo nivel, y ahora tiene todo el tiempo del mundo para continuar con su estrategia de desgaste fomentando, en su provecho, las corrientes profundas que dirigen la historia de la región.

La rivalidad entre Irán y los Estados Unidos tiene larga data. Pero, en muy buena medida, lo que sucede es la consecuencia, previsible en su momento, del ataque de los Estados Unidos y sus aliados contra Irak en el 2003. Fue una agresión ilegítima que destruyó el equilibrio del poder en la región y desencadenó una tragedia humanitaria para los iraquíes.

Toda esa región es un tembladeral estratégico.

Las fronteras entre los diferentes países muchas veces fueron trazadas por las potencias europeas para definir sus áreas de interés. La verdadera geografía política es determinada por las diferentes culturas y las diversas corrientes del Islam. Las alianzas entre los chiitas sobrepasan las fronteras políticas (así sucede en los casos de Siria e Irak). A todo lo cual se le suma la moderna energía del nacionalismo y una sensación de humillación ante las desafortunadas intervenciones de las potencias occidentales, especialmente de los Estados Unidos.

No es algo que se arregle fanfarroneando, como ha hecho Trump, con que “¡Tenemos el Ejército más poderoso y bien equipado en cualquier parte del mundo, por lejos!” Pero miren lo que sucede en Afganistán…

No son lo mismo el poder de las armas que las armas del poder.

Pero lo que sucede en Irak no es un partido de damas o de ajedrez, donde los participantes controlan la situación, respetan reglas preestablecidas y acotan su rivalidad (o deberían hacerlo) a los bien definidos marcos de un tablero. En la situación en el Oriente Medio convergen fuerzas profundas que pueden desbocarse y terminar dominando a los pretendidos jugadores. Siempre es bueno recordar como comenzó la Primera Guerra Mundial…

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