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La cultura importa

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JUAN ORIBE STEMMER
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El naufragio del populismo real latinoamericano demuestra que la clave del desarrollo económico de los países no se encuentra en sus recursos naturales. Basta mencionar el caso de Venezuela.

Un reciente informe del Banco Mundial que recoge la experiencia de medio siglo de estudios sobre el desarrollo económico (Irma Adelman, “Fifty years of economic development; what have we learned?) destaca la importancia que tienen el capital humano y los valores predominantes para el desarrollo económico sustentable. Esta conclusión subraya que el desarrollo no es exclusivamente un tema económico sino un asunto mucho más complejo que tiene múltiples facetas interconectadas y que abarca el conjunto de la cultura de cada sociedad.

El informe distingue el desarrollo económico del mero crecimiento económico.

Para esta perspectiva más compleja, el desarrollo económico requiere cambios dinámicos no solamente en los patrones de producción o en la tecnología, sino también en las instituciones sociales, políticas y económicas y en el capital humano. El desarrollo económico combina el crecimiento sustentable, cambios estructurales en los patrones de producción, avance tecnológico, modernización de las instituciones sociales y políticas, y una amplia mejora en las condiciones en que viven los miembros de la sociedad. Durante los últimos cincuenta años solamente media docena de países, la mayoría en el Asia, han completado el ciclo completo del subdesarrollo al desarrollo.

Los factores más importantes para generar el desarrollo económico, entendido en aquel sentido más amplio, incluyen el compromiso de la clase política y de la burocracia estatal de dejar de lado sus diferencias personales y de corto plazo y de concentrarse en objetivos compartidos de largo plazo; la calidad del capital social; la infraestructura física, las inversiones y el sistema financiero; las políticas; las instituciones y la cultura; y la capacidad de recuperarse ante las adversidades y su flexibilidad. Una conclusión es que en la economía existe tanto espacio para el mercado como para el Estado. El funcionamiento del mercado en competencia es un requisito esencial. El Estado debe intervenir para mantener esa dinámica, por ejemplo, aplicando la legislación para proteger la competencia. También debe actuar en áreas donde el mercado no funciona bien, por ejemplo, en lo referente a las relaciones laborales, la protección del medio ambiente y las políticas de redistribución necesarias para conseguir un desarrollo económico más equitativo. Lo que recuerda el sabio principio de “todo el Estado necesario pero no más que el Estado necesario”. Las escalas de valores dominantes son decisivas. Es necesario establecer un punto de equilibrio apropiado entre los valores individuales y los comunitarios. Los dos grupos de valores tienen sus ventajas y desventajas y deben interactuar en forma dinámica y constructiva. La clave es encontrar el equilibrio entre ellos con el fin de optimizar sus aportes positivos y reducir sus impactos negativos.

Para esta perspectiva del desarrollo, el nivel cultural, la calidad de la enseñanza y del capital humano de cada sociedad no son una consecuencia de su desarrollo económico, sino exactamente al revés: son una de las causas determinantes de ese desarrollo. O sea: educación, educación, educación… (pero en serio).

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