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Amenaza global

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JUAN ORIBE STEMMER
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Las naciones reconocieron la importancia de la cooperación internacional para proteger la salud pública ya en 1851, cuando los países europeos convocaron la primera Conferencia Internacional Sanitaria.

Durante las décadas siguientes once conferencias negociaron tratados para combatir enfermedades infecciosas y se instalaron organismos globales o regionales. como la Oficina Internacional de Higiene Pública (1907) y la Oficina Sanitaria Panamericana (1902).

La empresa de fortalecer el sistema para combatir las epidemias avanzó con la creación en 1948 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una agencia especializada de las Naciones Unidas. La OMS ha contribuido eficazmente a la lucha contra pandemias como SARS (2003), la gripe H1N1 (2009), Ébola (2014-2016), y Zika (2015-2016).

En el 2005, la OMS aprobó el Reglamento Sanitario Internacional, un acuerdo multilateral entre 196 países, para mejorar la seguridad sanitaria mundial y desarrollar la capacidad de los países de detectar, evaluar y notificar eventos de salud pública. La OMS actúa como coordinador en este nuevo marco, y ayuda a los países a mejorar su capacidad para enfrentar las epidemias. Esta cooperación en una escala global no es solamente un acto de solidaridad. También es la expresión de un sano egoísmo: en un mundo interconectado, la única forma de asegurar la salud de los habitantes de cada país es ayudando a los demás a proteger la de los suyos. Sin embargo, el denso sistema global para la lucha contra las pandemias no parece haber funcionado como debiera en el caso del COVID-19.

¿Le cabe alguna responsabilidad de ello a la OMS en esa demora en responder eficazmente? Es posible. Pero la OMS es una organización internacional, no es una organización supranacional. A pesar de todos los acuerdos internacionales, recursos y programas, solamente puede cumplir su rol en la medida en que lo permitan sus Estados miembros. El principio continúa siendo el de la soberanía exclusiva de cada Estado.

La OMS tomó nota de las críticas y el 19 de mayo, la Asamblea de la organización resolvió iniciar, en consulta con sus Estados miembros, un proceso de evaluación gradual, independiente y comprensivo, incluyendo los mecanismos existentes para revisar la experiencia ganada y las lecciones aprendidas de la respuesta de la Organización al COVID-19.

Lamentablemente, los Estados Unidos han elegido no aprovechar la oportunidad que representa esa convocatoria y han persistido en su decisión de dejar la OMS.

Es un grave error.

En varios sentidos.

El gobierno de Trump - poco antes de las elecciones presidenciales en su país - elige debilitar a la única organización global en materia de salud por motivos de política interna y de corto plazo. Ello perjudicará a los países medianos y pequeños que necesitan desesperadamente del apoyo internacional.

Además, las consecuencias de esa decisión exceden lo sanitario para extenderse a las relaciones internacionales en el sentido más amplio del término: lo único que conseguirá Trump es fortalecer la posición de las otras grandes potencias, especialmente, sorpresa, la misma China.

Ahora se anunció que una misión de expertos de la OMS viajará a China para preparar un programa de estudios científicos para identificar las fuentes del virus SARS-COV-2.

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