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Dos Uruguay

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Juan Martín Posadas

El Uruguay dividido es una cuestión a estudio. Lo que podría llamarse el viejo Uruguay o, para nosotros los viejos, el Uruguay de siempre (que excluye el período guerrilla-dictadura), no obstante su señalada homogeneidad, conoció divisiones: alguna división económica, la división entre Montevideo e interior o la histórica entre blancos y colorados. Pero la división actual es otra.

Es una simplificación achacar el país dividido a la división política entre frentistas y partidos tradicionales. Pero no se puede negar que hay un cambio nuevo y diferente. Suena a la tesis de G. Himmelfarb sobre Estados Unidos (One nation, two cultures).

¿Qué cambió tanto que ha modificado las características identitarias de aquella nuestra sociedad hiperintegrada? El gran cambio -que generalmente no es mentado por su nombre verdadero- es el cambio en el poder. La localización del poder político cambió. Ha habido una doble migración. Por un lado, el poder político está en otras manos, otra gente, otra dirigencia. Y por otro lado ha habido una dislocación del poder, un traslado (o cesión) parcial desde el personal y las instituciones partidarias hacia personal e instituciones corporativas. Los poderosos hoy son otros: las precauciones y salvaguardas contra la prepotencia han cambiado.

Esos núcleos a donde ha migrado y se encuentra hoy gran parte del poder tienen algunas características que es necesario destacar. En primer lugar, no coinciden con los límites ni del Frente Amplio ni de la central sindical. Son más reducidos, por eso los llamo núcleos: habitan la estructura mayor pero no son coextensos con ella. En segundo lugar, comparten entre sí una visión del Uruguay y unos objetivos que no son los de las estructuras mayores que los albergan.

Para esos núcleos de poder el Uruguay de antes era una calamidad que merece olvido; lo bueno, lo valioso, ha comenzado ahora. Por razones de espacio sintetizo esa visión en dos frases. Benedetti, cuando se empezó a discutir la forma de eliminar la ley de caducidad dijo que durante 170 años el Uruguay no había respetado los derechos humanos. Con motivo de la sublevación del sindicato de Secundaria el Sr. Tutzo, del P. Comunista, dijo: "hay dos modelos: uno el neoliberal, que gobernó 170 años y el otro, el progresista; no podemos acompañar el viejo modelo".

Que la división del Uruguay sea tan honda lo demuestran estas dos frases emblemáticas. Históricamente ambas constituyen un disparate pero, ya se sabe, las convicciones de los militantes se apoyan en consignas más que en datos. Pero el país está tan dividido porque, por debajo de algunas actitudes políticas y sociales actualmente prestigiosas y con peso efectivo, se deja ver claramente aquella noción de que hay que tirar a la basura el Uruguay de los primeros 170 años (la antigüedad de los partidos tradicionales). Como también subsiste un número importante de uruguayos que quiere cambiar pero sobre la base de lo logrado, la división está planteada.

La guerrilla de los años setenta dividió al Uruguay no tanto porque fuera armada -otras revoluciones armadas hemos conocido- sino porque consideraba al Uruguay existente como una pústula despreciable, incapaz de superarse o de ser reformada. Esa visión persiste en los núcleos de poder arriba mencionados pero con una diferencia: sin el generoso idealismo que tenía en los setenta.

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