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¿Estamos todos locos?

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juan martín posadas
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Los modismos y las expresiones populares nacen y mueren.

En un momento dado comenzó a usarse la expresión “estamos todos locos” para manifestar desaprobación o crítica de comportamientos colectivos raros o reprobables. No sé cuánto se siga usando la expresión pero me vino a la mente a raíz de conductas que están teniendo lugar entre nosotros a raíz del Covid-19.

En las sociedades humanas a veces se condensan opiniones o simples palabras con gancho las cuales después generan estados de opinión. Esos estados de opinión instalados se pueden convertir en verdaderos estados de ánimo de la sociedad y, consecuentemente, en formas de conducta o respuestas sociales.

Resulta cada vez más difícil entender y explicar los comportamientos de ciertos (muchos) uruguayos desafiando las medidas que todos los entendidos, sin excepción, indican como necesarias en la pandemia: tapabocas, distanciamiento, vacunación. Mirado el asunto fríamente ¿no es inconcebible que en un país civilizado tenga que intervenir la fuerza de choque de la policía para que el jolgorio de la gente no destruya el estado sanitario del país? El que quiere intoxicarse en privado tiene libertad para hacerlo: si afecta a otros, no.

Las aglomeraciones en las playas y boliches de los balnearios durante el verano se pueden imputar a un desahogo dionisíaco normal; generalmente son promovidas por adolescentes que necesitan desafiar. Empieza a ser una pregunta social cuando no se trata de adolescentes en la edad del pavo (o algunos mayores cursando un posgrado) sino de otros grupos sociales. Las marchas y manifestaciones de las mujeres el 8 del corriente reflejaron una lógica completamente inconsistente: promover las necesarias reivindicaciones femeninas a través del desacato a las medidas de preservación del estado sanitario, es decir, poniendo en riesgo la salud de las propias mujeres. La mujer se siente sometida y tiene motivos para procurar “des-someterse”. Es lógico. Pero pierde la lógica cuando arremete contra medidas que no son propiamente de sometimiento sino de cuidado sanitario general.

Otro comportamiento que sorprende es la cantidad de gente reacia a vacunarse. He oído que algunos intelectuales respetados -que yo respeto- como Andach, Sarthou o Mazuchelli, están en contra de la vacuna (y de todo lo que se dice sobre la pandemia) pero no creo que hayan tenido tanta influencia como para explicar la resistencia a vacunarse que se ve. Disquisiciones aparte sobre el revés de esa trama, el hecho crudo y duro es que la gente muere como moscas acá al lado, en Brasil y Argentina. Las explicaciones que le oí en la televisión al presidente del sindicato de la salud sobre su decisión de no recomendar la vacunación no tienen ni pies ni cabeza.

Esta epidemia que azota al mundo tiene, en verdad, muchos puntos oscuros: no se sabe bien cómo se originó, no hay remedios eficaces, el virus está mudando con una rapidez que deja atrás a los laboratorios, etc. Lo que no se entiende, lo desconocido, provoca pánico y ante el pánico el humano tiende a adoptar comportamientos primarios.

Pero creo que también cabe la pregunta si no estaremos viendo en estos comportamientos un eco del deterioro educativo general del Uruguay registrado sin misericordia en todas las estadísticas. No estaremos todos locos pero colectivamente estamos más burros, más toscos en general, para interpretar la vida, lo que nos pasa, y para acometer la larga búsqueda de la libertad colectiva y de la autonomía personal.

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