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Los tiempos cambian

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Leí en las noticias de la campaña electoral que Talvi dijo que el campo es el petróleo del Uruguay. Considero, efectivamente, que nuestro país tiene en el campo una de sus grandes fuentes naturales de riqueza.

El campo es básicamente producción de alimentos. Producir comida siempre va a tener mercado y clientes en un mundo cada vez más poblado. Actualmente el alimento que producimos y nos genera la mayor renta es la carne (en gancho), peleando el puesto con un alimento para chanchos (la soja). Aplicando más tecnificación podríamos vender alimentos más sofisticados y obtener más ingresos. Dinamarca (5,5 millones de habitantes, 135 hab. por km2) es uno de los mayores exportadores de alimentos de Europa.

La visión del campo que tiene el Frente Amplio -la que tuvo desde siempre, la que tiene ahora siendo gobierno y la que tendrá cuando deje de serlo- está condensada en el relato que han patentado y consumen con fruición: el campo es una serie de quejosos ahítos que andan en camionetas 4x4. Esta idea se traduce en políticas (a propósito o sin darse cuenta). Los gobiernos frenteamplistas pregonan como uno de sus logros el aumento de fondos para el Instituto de Colonización y el consiguiente aumento de la cantidad de tierras repartidas por este.

La idea de la misión del Instituto de Colonización que tiene el Frente Amplio no es la que tenían quienes lo crearon allá por 1948. El Instituto fue creado para combatir la concentración de la propiedad rural. El latifundio no se originaba en una codicia desmedida del empresario rural de aquella época ni provenía de ignorancia o burrez de los estancieros. Por el contrario, era una conducta racional y perfectamente de acuerdo con la economía de aquellos tiempos: resultaba más negocio comprar más tierra que mejorar la que se tenía, la rentabilidad estaba en agrandar la superficie y no en tecnificar. La concentración devenía, pues, una consecuencia inexorable. Fue para neutralizar las malas consecuencias sociales de un comportamiento económicamente racional que se creó el Instituto de Colonización.

Para el Frente Amplio en cambio (y de acuerdo con el concepto del campo que se han hecho) el cometido del Instituto es el de repartir tierra, en el sentido de sustraer la tierra de manos de los grandes para pasarla a manos de los chicos. Esta medida no tiene ninguna racionalidad económica: produce división de la propiedad pero de por sí no mejora la productividad. Dado que en los tiempos actuales vale más lo que se agrega encima de la tierra (mejoras, tecnología, etc.) que la tierra misma, el mero reparto es económicamente por lo menos nulo. Pero el Frente Amplio está muy contento con su política porque ha repartido más tierra que nunca: si la productividad en esos predios es mayor o menor no lo sabe ni le importa.

Las políticas económicas deben tener también un sentido social. Eso no se discute. Lo que sucede es que al mantener un concepto decimonónico del valor de la tierra la política de reparto no ha generado más productividad ni más renta, ni más riqueza (que eso, en definitiva, es lo que debe estar mejor repartido en la sociedad).

Las bases fácticas sobre las que los frentistas apoyan sus conceptos doctrinales han cambiado mucho y ya no son lo que indican los manuales; ni las clases sociales, ni la propiedad, ni las formas de trabajo, ni la tierra tienen hoy el significado que tenían cuando Don Carlos Marx entregó las tablas de la ley.

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