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¿Qué temen los amenazados?

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Juan Martín Posadas
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El sistema político históricamente vigente en nuestro país es un sistema de partidos. Como su nombre lo indica cada partido representa una parte de la ciudadanía.

De cierta forma también señala que se reconoce y se da por supuesto que la sociedad humana no es algo homogéneo sino abundante en diversidades y en su seno existen, con igual legitimidad y derecho, partes o sectores distintos, con intereses diversos y visiones variadas de la propia sociedad, sus caminos y sus amenazas.

En una democracia es un rasgo esencial y, a la vez, conveniente, la rotación de los partidos en el poder o, mejor dicho, evitar que el gobierno esté siempre en manos del mismo partido. El interjuego de los diversos partidos compitiendo por el gobierno y, eventualmente, colaborando entre sí en coaliciones para llevar adelante el gobierno, es el estado natural del sistema.

En nuestro país, en los últimos tres períodos de gobierno, el partido que ganó las elecciones —el Frente Amplio— obtuvo votaciones extraordinarias que le dieron mayorías propias y, por ende, la posibilidad de gobernar por sí mismos. Fue legítimo pero no normal. Las consecuencias de ello están a la vista.

Ese gigantismo partidario del Frente Amplio fue interpretado por su dirigencia como forma adquirida para siempre del sistema político uruguayo: lo anormal fue considerado como un progreso definitivo, incorporado desde ahora y para siempre en el panorama político nacional.

Pero lo peor fue que esa coyuntura circunstancial las sucesivas victorias electorales del Frente con mayorías absolutas- hizo que aquellos sectores del Frente Amplio que conservaban una raíz democrática clara se dejaran estar en sus convicciones y permitieran que marcasen el rumbo partidario los sectores para quienes su ideal es el sistema de partido único (y que se creyeron que el Uruguay había alcanzado ese ideal y debían hacer lo que fuera para conservarlo).

Esta involución del Frente Amplio en cuanto a la densidad de sus convicciones democráticas los ha llevado, en estos tiempos y ante la anticipación de cambios que se avecinan, a proclamar que el país se encuentra en vísperas de sufrir una catástrofe. En realidad quien está por sufrir una catástrofe es el Frente Amplio.

En el Brasil pasa lo mismo; el derrotado y desprestigiado P. T., ha compaginado un discurso de ese mismo tenor: una catástrofe se ha abatido sobre el Brasil por obra de una ola derechista maligna promovida desde el Norte. Pero la realidad muestra la catástrofe de un P.T. que perdió el gobierno abatido por sus propios errores y corrupciones y que todavía no puede creer lo sucedido.

En un sistema de partidos democrático el partido perdedor, que baja del gobierno, naturalmente no lo hace festejando ni de buena gana, pero tiene conciencia de que la alternancia no es una corrupción del sistema sino todo lo contrario y que los otros partidos y eventualmente el nuevo ganador- tienen la misma legitimidad, son parte por igual del pueblo, que nunca está representado por un único partido.

Todos los llamados de alerta que en estos tiempos se levantan acerca de fuerzas derechistas que amenazan han nacido de ese tipo de mentalidad matrizada en el partido único, en la representatividad única de los intereses populares. No pende hoy sobre el Uruguay ninguna catástrofe sino la normal y saludable rotación de partidos en un sistema democrático y pluripartidista.

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