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Sorpresas para expertos

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juan martín posadas
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En los últimos años se han dado, en los más variados países del mundo, sorpresas electorales que han desconcertado a los estudiosos del tema.

En Estados Unidos gana las elecciones Trump contra la figura consagrada de Hillary Clinton, contra el Partido Demócrata y contra su propio Partido Republicano. En Brasil gana el desconocido Jair Bolsonaro y Dilma Rousseff (expresidenta) y Geraldo Alckmin (exgobernador de San Pablo) no consiguen ni entrar al Parlamento. En Francia gana Macron, una figura ajena al mudo político. En Italia Beppe Grillo, jugando en el papel de bufón, consigue montañas de votos y en Ucrania un humorista radial acaba de derrotar al expresidente que buscaba su reelección. El único antecedente cercano fue Fujimori: un japonés a quien apodaban “chino” que derrotó al peruano Vargas Llosa.

En esta tierra, que muchos siguen considerando excepcional (por motivos equivocados) se suele descartar comparaciones en este campo con la rotunda afirmación: ese tipo de cosas acá no puede pasar. (No quiero desviar el rumbo de estas reflexiones pero me surge la pregunta si la votación y la popularidad de Mujica no deberían leerse en esa clave de interpretación).

En todo el mundo está en curso un cambio tecnológico fenomenal que abarca, entre otras cosas, los medios y las formas de comunicación. Esos cambios en la comunicación necesariamente traen consigo cambios culturales y, en consecuencia, cambios en los comportamientos electorales. La política se construye y se despliega sobre la comunicación. La herramienta del político es el discurso: es en él que se gana y se pierde. El imaginario colectivo -su generación y sus transformaciones- es el ámbito donde se crea y se sustenta inicialmente la política, antes de tomar cuerpo en Partidos, planes de gobierno o proyectos de ley. Si la comunicación y los modos de comunicar cambian es imposible que no cambien los modos de hacer política. O sea: los modos de hacer política van a cambiar para ajustarse a los nuevos modos y formas de comunicación.

Hay autores estudiando esos cambios. Hablan de crisis de confianza y que la desconfianza ha pasado a ser uno de los elementos principales del sistema político. Es decir: el sistema político ha pasado de ser un universo de confianzas otorgadas a ser la expresión organizada de las desconfianzas. Los partidos políticos siguen luchando por el poder y por ser el foco de ciertas expectativas populares pero ya no consiguen dar forma a visiones del futuro ni reflejan ya las corrientes o apetencias reales de la opinión pública.

Algunos autores hablan de una democracia del rechazo y de la desconfianza superponiéndose y sustituyendo a la antigua democracia de la confianza y la propuesta. Además, el manejo del conflicto -que era considerado el rasgo más positivo de la democracia- ha degenerado; la gente afirma su soberanía no adhiriendo a la proposición de proyectos coherentes sino a través del rechazo periódico de quienes están en el poder. Los procesos eleccionarios hoy en día no son tanto opciones sobre una orientación política partidaria sino más bien juicios sobre el pasado; en consecuencia todas las elecciones se convierten, de algún modo, en plebiscitos sobre la reelección.

Uno no se puede plegar y aceptar sin más a estas observaciones pero sería insensatez declararlas de plano como un disparate o una novelería.

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