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No son lo que parecen

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Las elecciones que vienen ahora en setiembre no son departamentales, son nacionales.

Puede ser que en los departamentos del interior sean efectivamente departamentales, que allí los ciudadanos tengan para elegir entre candidatos que aseguren una mejor recolección de la basura o que los caminos vecinales se mantengan transitables durante el invierno y todos esos asuntos de la convivencia local que hacen la vida grata cuando están atendidos y exasperan cuando faltan.

Montevideo es la mitad o más de ese país que en octubre se pronunció sobre la hegemonía de un Frente Amplio abrumador e irritante. Hay que tener en cuenta que la gente se expresa con más confianza cuando cree que su opinión forma parte de un consenso. El ser distinto o distante produce retracción. Las personas son conscientes de las tendencias. Cuando crece la percepción de que los abrumados e irritados empiezan a ser cada vez más, aquel temor a ser diferente desaparece y la gente se va animando a opinar (y a votar) diferente de lo mayoritario. Los estados de ánimo de la sociedad, sus procesos identificatorios, su comunión en estilos y valores, van cambiando: en el caso de nuestro país, han cambiado. Eso inevitablemente se refleja en cambios políticos y movimientos electorales.

El octubre del año pasado los uruguayos se manifestaron mayoritariamente por una toma de distancia respecto a una identidad frenteamplista que había sido mayoritaria, hegemónica e indiscutible durante años, pero que había entrado en un cuarto menguante agudo, también indiscutible. El talante absolutista -les ganamos a todos, en el Parlamento, en la Universidad, en los sindicatos, en la cultura y el Uruguay es y seguirá siendo nuestro- es lo que ahora está siendo juzgado y está en juego. La pregunta que ahora se les plantea a los montevideanos es esa, la misma que tuvieron que considerar en octubre. Como dice F. Faig: el Uruguay no cambió a partir de o por causa del resultado electoral de octubre sino que se dio ese resultado porque el Uruguay ya venía cambiando de antes.

El estado general de la ciudad de Montevideo es de abandono en cuanto a los cometidos municipales básicos (recoger la basura, mantener el pavimento y extenderlo a los barrios de la periferia, desalojar los parques de ocupantes y devolverlos al uso público, mejorar el transporte colectivo, etc.). La mayoría de los frentistas reconoce esto (para su coleto) pero ellos mismos perciben que no es la gestión municipal propiamente dicha lo que se va a jugar en setiembre sino el discurso político que enuncia y sostiene los valores y la identidad frenteamplista (y sostiene, además, la permanencia en los cargos de una legión de compañeros políticos anidados en las estructuras municipales, como lo ha denunciado recientemente el gremio).

El Uruguay frentista -potente expresión de poder político- llegó a su apogeo en el gobierno de Tabaré Vázquez y perdió, primero su alma y después el gobierno al fin del período de Tabaré II. Lo que convoca a los montevideanos en el venidero mes de setiembre, aquello sobre lo cual van a tener que manifestarse y comprometerse, no es entre diferentes planes o políticas municipales sino más bien de aquello que los uruguayos eligieron en octubre. En Montevideo, estas elecciones departamentales van a ser, en realidad, otra elección nacional. Creo que no hay que perder esto de vista.

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