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Sociedad dividida

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Juan Martín Posadas
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La sociedad uruguaya —es decir, los que vivimos en estas tierras y hemos sido moldeados por su geografía, su pasado, los vecinos y las circunstancias— todavía figuramos en los libros de sociología y en el relato, propio y ajeno, como una sociedad integrada, razonablemente homogénea y, sobre todo, con un nivel de apacible aceptación recíproca. De un tiempo a esta parte y cada vez más los uruguayos nos encontramos lamentándonos por lo lejos que ha quedado todo eso.

Hay muchos motivos para esa queja. El tejido social ya no es el que era, pero no lo es en ninguna parte del mundo: hay un cambio de civilización. Es cierto. Pero algunas causas de lo que sufrimos son autóctonas. Entre otras muchas hay dos: son de naturaleza muy diferente pero ambas tienen una base material o económica.

En todos los tiempos y en todas las sociedades hay divisiones entre los que tienen mucho y los que no tienen nada, los ricos y los pobres. Eso va a ser siempre así: lo que no está bien y no debe permitirse es que los pobres sean siempre los mismos y los ricos ídem. Pero cuando esa realidad se expresa según una partitura que dice que las carencias de los que tienen menos es originada por la rapacidad de los que tienen más, y que es la sospecha y la animadversión lo que va a generar la nueva sociedad, entonces la situación cobra una intensidad y una carga emocional que se refleja en la superficie de la sociedad: somos hoy una sociedad de ceño fruncido.

El otro factor de división deriva de algo muy diferente: la mala calidad de los servicios públicos. Cuando los servicios que proporciona el Estado son pésimos, la atención de la salud es lenta, desprolija y en manos de funcionarios venales, cuando la limpieza de la ciudad es una vergüenza, la seguridad y la educación públicas escandalosamente deficientes, se produce una división en la sociedad; los que pueden se procuran servicios paralelos, mandan sus hijos a colegio pago, viven en barrios cerrados limpios y cuidados, tienen seguros de salud internacionales, etc.

Lo curioso del caso es que tanto unos como los otros despotrican contra el Estado; solo no lo hacen los que viven prendidos al Estado. En Brasil, a mediados del primer periodo de gobierno de Dilma, el PT encomendó una encuesta para verificar el efecto o resultado de su discurso político (de características ideológicas del tipo que describí arriba). Se esperaba una respuesta atribuyendo a los ricos, burgueses capitalistas, las penurias que soportaban y los abismos de división social existentes. La encuesta se dirigió a quienes manifestaban haber votado al PT en la elección pasada. La respuesta mayoritaria fue la queja y el enojo contra el Estado, a quien identificaban como la causa de su situación desventajosa y de sufrimiento porque la sanidad recibida en los hospitales era pésima, las escuelas no enseñaban nada, la atención en las oficinas públicas desganada, los trámites caros por las coimas, el transporte colectivo como para ganado y el trato general era despectivo y ellos se sentían discriminados. (Los que encargaron la encuesta resolvieron decir que estaba mal hecha).

La sociedad uruguaya que conocimos los viejos tenía una homogeneidad razonable, una distancia más corta entre sus extremos. No era ningún milagro: era una sociedad hecha por uruguayos. Está en nuestras manos rehacerla o construir otra con esas características.

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