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Respuesta en el ocaso

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Juan Martín Posadas
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En la vida política de las naciones hay ciclos, mareas que suben y luego bajan. El Frente Amplio fue un astro nuevo y pujante que ocupó el cenit político durante dos períodos de gobierno, el primero de Vázquez y el de Mujica.

A su calor crecieron varias instituciones y un numeroso personal político que se alojó en todos los escalones del gobierno y de las empresas públicas.

Es notorio que ese fulgor cenital viene disminuyendo, ese sol declina hacia el atardecer y sus integrantes y beneficiarios lo están percibiendo con incomodidad. Aquel estado de ánimo ganador y suficiente del pasado ha dado lugar a la irritación fácil, a la agresividad y al reparto de culpas interno.

El apoyo generalizado al Frente Amplio —bien programado y legítimamente conseguido, por cierto— está en cuarto menguante. El desgaste de los años en el poder, los casos de corrupción, la circunstancia económica regional que ha contraído la disponibilidad de PBI para el reparto, todo eso y algo más ha generalizado una notoria merma, primero del entusiasmo y luego del apoyo. Hasta los pizarreros, los que se arriman al sol que más calienta, los que van donde va la mayoría y siguen lo políticamente correcto, han empezado a faltar a los asados en el quincho y a las reuniones en el comité de base.

Ahora bien, dado que ninguno de esos elementos que han debilitado al Frente Amplio ha sido generado por los partidos de la oposición (los han aprovechado pero no los han generado) cabe la pregunta: ¿el Frente Amplio va a caer solo, por su propia descomposición y nada más? La respuesta es: no, así no.

Los que miran la política en términos electorales (tanto los de la oposición como los frentistas) traducen lo de arriba en una pregunta electoral: ¿ganará el Frente otra vez las elecciones? Me desespera que esa sea la pregunta. Por el momento no sé quién vaya a ganar las próximas elecciones. Lo que sé es que el Frente Amplio ya perdió. Perdió su capacidad de entusiasmar, su ser de promesa. El Frente Amplio perdió el alma.

La cuestión valedera, la importante, la que tendría que estar presente en el discurso de todos los aspirantes a gobernar es ¿quién va a sustituir al Frente Amplio? No solo quién lo va a sustituir en el gobierno después de las elecciones, sino quién va a sustituir lo gastado por lo flamante, lo repetido por la osadía de lo nuevo, lo excluyente por lo abarcativo; quién va a animarse a desistir de la rutina. En una palabra: ¿quién va a sustituir la vitalidad política que se está apagando, que se consumió en su propia voracidad y en el menosprecio por los demás sus diferentes? ¿Quién puede hacerse cargo de la confianza perdida de este Uruguay de hoy, atribulado, confundido, y con tan poca fe? ¿Quién va a proponer, con credibilidad suficiente, el restablecimiento de una calidad de vida política que habilite la tramitación de las relaciones de poder, características de cualquier sociedad, a través de una democracia política y social efectiva y apoyada sobre una base plural e igualitaria?

El menguante del Frente Amplio, hoy visible desde afuera y padecido agriamente desde adentro, no puede proporcionar ya ninguna respuesta a esas preguntas fundamentales. Lo que debería tener lugar ahora, lo que se espera, sería la comprobación de que hay alguien que se ha dado cuenta de que el desafío no es tanto el electoral, sino en ofrecer respuesta a las preguntas del alma nacional.

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