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El respeto por el voto

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Como es sabido el “cronos” desgasta: el tiempo que corre inexorablemente rutiniza y erosiona, lo cual hace necesarios ajustes y revisiones.

Nuestro país aprendió muy temprano en su historia independiente a valorar y respetar la manifestación de la voluntad popular en el voto. Pasamos de la lanza a la balota, tránsito en el que tuvo capital importancia la influencia de Herrera y el Partido Nacional.

El ejercicio ciudadano del voto ha sido celosamente cuidado a través de la legislación. Tenemos mecanismos complejos para que la voluntad popular sea reflejada lo más fielmente posible en las votaciones. La Corte Electoral ha sido una garantía, así como la cuarta acta y la forma de escrutinio. El voto en papel, en estos tiempos de hackers, es más seguro que el voto electrónico.

Pero, como dije arriba, el tiempo (o propósitos subalternos) han ido desgastando, no tanto el sistema electoral, sino el respeto por el resultado arrojado por las urnas. Aquello de que se votó y eso cierra toda discusión, empezó a mostrar rajaduras. Veamos.

La ley de caducidad, aprobada en ambas Cámaras, fue posteriormente sometida a referéndum por un grupo importante de ciudadanos que quiso utilizar esa facultad constitucional para derogarla. Puesta a votación, no alcanzaron los votos: la ley de caducidad quedó firme y los ciudadanos que habían promovido el recurso aceptaron el resultado de las urnas. Pero otros ciudadanos (subrayo el otros) no quedaron satisfechos y volvieron a proponer otra vez la derogación. El resultado fue el mismo: la mayoría no acompañó. Tampoco esta vez aceptaron el veredicto de los votos y remitieron el asunto a consideración de la Suprema Corte.

Hubo otra instancia que replantea el respeto a los votos: una propuesta de admitir el voto consular fue sometida a consulta popular y fracasó. El motivo del rechazo está muy vinculado a la tradición de seriedad de los procesos electorales. No conformes con tan fundado rechazo hay quienes tienen el propósito de apelar otra vez a la consulta popular por lo mismo.

El respeto por el voto popular es una pieza importante -institucional y consuetudinaria- en nuestra vida democrática. Nuestro gobierno actual ha tenido una legitimación por el voto multiplicada cuatro veces: en la primera vuelta, en el ballotage, en cierta medida en el resultado de las departamentales y claramente en el plebiscito por la LUC.

No han faltado dirigentes políticos, periodistas y politólogos, que señalan que dichos pronunciamientos y respaldos han sido por estrecho margen. Ese es siempre el argumento-consuelo de los que perdieron. La legitimidad no se adquiere por grados, se adquiere entera. No proviene de encuestas de opinión que marcan porcentajes: tanto por ciento mucha aprobación, tanto de menos aprobación, tanto de rechazo, tantos no saben o no contestan. Lo que importa, lo que hay que respetar porque es la base del sistema, es lo que cantan las urnas. Existen en el medio habilidosos agentes de publicidad capaces de pintar una derrota con colores de triunfo (y existen sectores políticos con evidente necesidad de ello) pero lo que vale son las papeletas contadas una por una. El plebiscito contra la LUC, concebido para neutralizar al gobierno y su propuesta, resultó en una cuarta manifestación de respaldo en solo dos años. A veces me da la impresión de que algunos en el gobierno no se han dado cuenta. Van cuatro.

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