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El problema de Aratirí

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Existen problemas de suma complejidad que pueden explicarse mediante una sola frase. El que sigue es uno de esos casos: el problema de Aratirí no es Aratirí, es el gobierno. Clarísimo.

Existen problemas de suma complejidad que pueden explicarse mediante una sola frase. El que sigue es uno de esos casos: el problema de Aratirí no es Aratirí, es el gobierno. Clarísimo.

Es indudable que la introducción de la minería a cielo abierto y de gran porte en un país de economía agropecuaria, de historia y tradiciones a caballo y donde todo, gente y paisaje, tiene una dimensión modesta, el sólo anuncio no puede menos de producir conmoción, abrir un abanico de preguntas y estimular una instintiva resistencia. Pero también es posible afirmar que el pueblo uruguayo, por más conservador que tengamos que reconocerlo, no es (por lo menos todavía) un pueblo cerril y bruto, incapaz de tomar en consideración las posibilidades de transformación que, en sus proyectos y costumbres, el futuro le pueda poner por delante.

Si el proyecto de Aratirí ha despertado la desconfianza que recibe y es objeto de una resistencia tan generalizada, eso se debe exclusiva y evidentemente al gigantesco malmanejo del gobierno desde el primer momento en que abrió la boca prometiendo un plebiscito hasta el día siguiente en que ya dijo lo contrario. El contrato tendría cláusulas secretas y no las tendría, se firmaría en enero pero no se firmó, no hay informe de la Dinama pero se firmará de todos modos, pero si luego el informe es negativo no se cumple con lo firmado. El proyecto de ley que produjo la bancada del Frente Amplio tuvo —como es costumbre— toda suerte de imprecisiones.

El uruguayo medio mira sin stress y como a la distancia por ejemplo la ley del matrimonio homosexual o la ley de la marihuana —proyectos que el Frente Amplio tiene como emblemáticos— porque los interpreta como berretines políticos, sin consecuencias para su vida concreta. Pero cuando se plantea algo que puede significar un gran beneficio o un gran destrozo, que puede llegar a transformar al país desde su ámbito físico hasta la economía general, entonces pone atención, pide seguridades. Y cuando reflexiona que asunto de tamaña gravedad es manejado por gente que un día dice una cosa y al día siguiente dice otra, que habla de un megapuerto aquí y luego lo cambia para allá, entonces el uruguayo dice: paren un poquito. Y cuando toma conciencia de que una decisión tan compleja está en las manos de quienes hicieron el prolongado, contumaz y carísimo desastre de Pluna o bajo las responsabilidades y el estilo de genios como los creadores del corredor Garzón, entonces dice: ¡socorro!

Yo no tengo dudas que si efectivamente hay hierro en Valentines el país tiene que tratar de beneficiarse de él. Deberá buscarse la seguridad ambiental, tomarse en serio la sensibilidad social y si todas estas cuentas dan bien hay que sacar el hierro. Pero tengo la misma certeza que el principal obstáculo para que las cosas se hagan bien es el la incapacidad, la confusión de ideas y la falta de organización de muchos de los jerarcas del partido a cargo del gobierno.

Una acotación final. Cuando alguno de los prohombres del Frente Amplio es interrogado estos días acerca de uno u otro de los cotidianos y graves desaguisados de los cuales partidariamente son responsables no encuentran otra salida que decir: no hay que dramatizar. Aseguro al sacrificado lector que, a la brevedad, comprobará que sobre este asunto tan importante para el país, lo único que va a decir el candidato Vázquez es: no dramaticemos. Así mejor que no ¿no?

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Juan Martín Posadas

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