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De primera necesidad

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JUAN MARTÍN POSADAS
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No figuró en el programa de gobierno de ninguno de los partidos que disputaron las elecciones pasadas: sin embargo ya era evidente su necesidad.

Me refiero a un propósito, una convocatoria, o por lo menos la inclusión en la lista de problemas nacionales que requerían atención, la descomposición del ámbito político, su envenenamiento por las descalificaciones recíprocas, la legitimación de la exclusión del adversario: en una palabra, la degeneración del escenario político -noble lugar de la contienda reglada de opiniones- en teatro de descalificaciones y excomuniones.

Sobre el estrado donde se representa actualmente el accionar político han quedado dos actores preponderantes. Se trata de actores múltiples en sí mismos y complejos: la coalición de gobierno y la oposición no son monolíticos, tienen una pluralidad interna; pero juegan una partida de dos jugadores. A veces -y éste es el morbo- el juego se reduce exclusivamente a marcar diferencias entre sí.

El Uruguay necesita jugadores (políticos) que apliquen su atención y sus energías al país y su gente y que, a la vez, adviertan la esterilidad del enfrentamiento en los términos en que éste se viene llevando a cabo. Para atacar el problema es necesario reconocerlo, admitirlo, mirarlo a la cara. No es sencillo. El país acaba de dejar atrás la gravedad de una pandemia, situación más apropiada que ninguna otra para que todo el mundo dejase de lado sus intereses particulares y se sumase sin condicionamientos al esfuerzo colectivo; pero esto no sucedió.

Por el camino del reproche y de la búsqueda de culpables no se avanza. Para lograr avances hay que desestimar antecedentes, por voluminosos que sean. Continuamente, cada jornada. No hay más remedio. Es menester privilegiar el relato de un país, nuestro país, como una sociedad relativamente homogénea y con una vieja y sabia preferencia por manejar sus complejidades con sensatez. Un discurso concebido para un país fracturado termina produciendo lo que supone.

Lo que pasa acá al lado, en la Argentina, ilustra. T. Abraham dice de los kirchneristas: “no tienen idea de cómo gobernar una sociedad integrada: solo les queda desintegrarla para tener alguna vigencia y liderar lo que queda”.

Sería deseable, aunque poco probable, que las actuales cabezas políticas de nuestro país se avinieran a fumar la pipa de la paz. Lo que sí es posible es suavizar el trato, mullir la alusión. Las cosas hay que decirlas: esto no es una advocación a la hipocresía. Pero se puede trabajar más sobre los adjetivos.

Quizás sea fuera del club de la política donde se genere el impulso de cambiar. Cuando el uruguayo común, el que está interesado en la política, pero por fuera de los círculos íntimos, el que no depende de un lema ni para su sustento ni para su identidad, haga más fuerte su desaprobación de los políticos que changan con la división, ahí se consolidará el cambio. En una palabra, cuando los que ensucian la política se choquen con la comprobación de que el enchastre no paga. La agresividad es alimento para la hinchada, pero revulsivo para los demás, que son la mayoría.

Quién sabe si no será el Uruguay por sí mismo quien reclame el respeto hacia la vieja tradición nacional de la Paz de Abril, con su sabia articulación de una diversidad aceptada, pactada, y vista por todos -por ambos lados- como la mejor expresión de lo que hemos sido y queremos ser.

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