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El Prado

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JUAN MARTÍN POSADAS
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La exposición de El Prado es un acontecimiento importante. Algunos la mencionan como el acercamiento entre el campo y la ciudad. De hecho Montevideo pasa la mayor parte del tiempo sin mirar al campo.

Montevideo está de espaldas al campo. Lo curioso es que Montevideo tampoco mira al mar, también da la espalda al mar, a pesar de ser puerto y de que su razón de ser original fue esa: puerto.

Puerto y pradera podrían haber dado origen a una nación atraída hacia la aventura, gente abierta, fascinada por los horizontes infinitos, con vocación de conquista y de arreglárselas solos en la inmensidad del océano o de la pradera. Podríamos haber salido una nación de navegantes y de centauros, pero salimos una nación atraída por el empleo público, la ida y vuelta a casa todos los días a la misma ho- ra por el mismo camino. En definitiva ¿hacia dónde mira Montevideo si no mira ni al interior de la pradera ni al exterior del océano abierto? De espaldas al mar y de espaldas al campo ¿se mira todo el tiempo el ombligo?

Pero volvamos al Prado, a la fugaz visita del campo a Montevideo y a lo que ha sido la relación entre uno y otra. Ese darle la espalda al campo ha dado origen a que las narraciones tradicionales de lo que es el Uruguay tuvieran generalmente un sesgo anti-campo. El Uruguay modelo, el que en otros tiempos nos permitía vanagloriarnos en la comparación con otros países del continente, era un Uruguay narrado en términos urbanos.

Por un lado la narrativa batllista, de una forma u otra, pintó al campo no solamente como la sede (o la guarida) de sus enemigos políticos sino la sede del atraso, comparado con Montevideo. Por el otro lado la tradición intelectual de la izquierda uruguaya y de sus historiadores (Barrán, Nahum, R. Faraone) fue un poco anticampo y se acentúa hoy en la alusión permanente a las camionetas 4x4, a que en el norte del Río Negro hay una economía feudal donde los peones son castigados físicamente y todo el resto de la película que se proyecta en las matinés de los comités de base.

El campo -el que Montevideo no mira y al que le da la espalda- es mucho más que la producción agropecuaria: es una forma de vida, de vivir y de ver la vida, es un lenguaje pausado y rico para decirse a sí mismo el uruguayo. No obstante su postergación él ha sido una de las fuerzas moldeadoras de este país. Si progreso no es algo que se mide solo en términos de PBI sino que incluye la consolidación de derechos y libertades, mucho de eso, que es distintivo uruguayo, se gestó en los silencios del campo y se conquistó en el abajajá de las revoluciones saravistas.

La gente de Montevideo cuando se va para el campo dice: me voy para afuera. La gente del campo se considera a sí misma del interior. El interior, en este caso, no es una ubicación geográfica: es un conjunto de quereres y de nostalgias.

Todas las civilizaciones muestran una tendencia a confluir hacia la vida en ciudad, hacia la proximidad urbana. Pero un país territorialmente pequeño como el Uruguay, mediante una efectiva política de descentralización, podría integrarse y dejar de dar la espalda a la pradera que es importante productora de su riqueza, de su historia y de su poesía.

También como país pequeño en la ribera del mar podríamos ir animándonos a escuchar la legendaria invitación de Pompeyo: “navigare necesse, vivere non necesse”.

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